Imprimir

Los últimos años de Bernadette

Después de las apariciones de la Virgen en Lourdes, Bernadette Soubirous buscó vivir en silencio y ocultarse del protagonismo que había recibido. En 1866 ingresó en el convento de las Hermanas de la Caridad de Nevers, donde permaneció hasta su muerte.

Su mayor deseo era llevar una vida escondida, en oración y servicio. En el convento, la madre superiora prohibió hablar de las apariciones para no distraer la vida comunitaria. Por eso, Bernadette casi nunca volvió a mencionarlas. Aceptó esta obediencia con humildad, convencida de que su misión no era hacerse notar, sino vivir el Evangelio en lo oculto.

Durante los primeros años desempeñó tareas de limpieza, en la portería y en la enfermería, sirviendo con sencillez y cariño a las demás hermanas. Poco a poco, su salud se fue deteriorando: el asma, las crisis respiratorias y finalmente la tuberculosis ósea la dejaron postrada. En diciembre de 1878 ya no pudo levantarse más de la cama.

A pesar de sus intensos dolores, Bernadette vivió sus últimos meses con fe y paciencia. Repetía con frecuencia una jaculatoria que era reflejo de su alma: “Sufrir por Él, es todo lo que puedo hacer”. También solía decir: “Soy como una escoba vieja: cuando ya no sirve, se la pone detrás de la puerta. Así me dejo en manos de Dios”.

El 16 de abril de 1879, a los 35 años, Bernadette entregó su alma a Dios. Sus últimas palabras fueron una oración sencilla: “Santa María, Madre de Dios, ruega por mí, pobre pecadora”.

El Papa la beatificó en 1925 y la canonizó en 1933. Hoy, su cuerpo conservado en Nevers sigue siendo testimonio de su vida escondida en Dios.

Bernadette, la niña pobre que vio a la Virgen y luego eligió el silencio del claustro, se convirtió en ejemplo de humildad, fidelidad y confianza absoluta en la promesa de María: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”.

FUENTES


Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Tabla de contenidos