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La gran Medalla Milagrosa

Por: Rafaela Randello

No es un amuleto, ni un talismán. La Medalla Milagrosa es un mensaje condensado en metal, un pequeño evangelio silencioso que se lleva colgado en el pecho y grabado en el alma.

Fue la misma Virgen María quien pidió su creación. En la noche del 27 de noviembre de 1830, se apareció a Santa Catalina Labouré y le mostró con detalle cómo debía ser: una imagen de María de pie sobre un globo, aplastando con sus pies la cabeza de la serpiente. De sus manos salían rayos de luz: las gracias que derrama sobre quienes se las piden.

Alrededor de la imagen, una oración:
«¡Oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!».

Dando vuelta la medalla, aparece una gran “M”, entrelazada con una cruz. Es María al pie de la Cruz, unida íntimamente a la pasión de Cristo. Abajo, dos corazones: el de Jesús coronado de espinas, y el de María atravesado por una espada.

Todo lo que creemos… está ahí.

El verdadero milagro no es el objeto. El verdadero milagro ocurre cuando alguien se la pone, reza con ella, y algo se mueve dentro. La medalla no impone, invita. No actúa por sí sola, abre el camino de la fe.

No es magia. Es amor. Es una Madre que nos dice: “Vení. Estoy acá.”

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