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Segunda aparición – 27 de noviembre de 1830

Por: Rafaela Randello

Era sábado por la tarde. La capilla del convento estaba llena de hermanas en silencio, ocupadas en su oración. Catalina Labouré se arrodilló en su lugar habitual, sin saber que esa tarde viviría algo que marcaría la historia del mundo. Desde su primera visión en julio, había guardado todo en secreto, obediente a las indicaciones de su confesor.

Mientras oraba, todo cambió. Escucho un sonido suave de la seda arrastrandose por el piso y cuando levantó la mirada… Ella estaba otra vez. En el espacio alto de la capilla, apareció la Virgen María, vestida de blanco, con un velo que le caía hasta los pies. Estaba de pie sobre un globo, y bajo sus pies, una serpiente estaba siendo aplastada. En las manos, extendidas a la altura del pecho, sostenía un globo dorado más pequeño. Era el mundo.

De pronto, el globo desapareció. Las manos de la Virgen se abrieron y de sus dedos salieron rayos de luz deslumbrantes, que caían hacia abajo. Catalina escuchó en su interior: “Estos rayos representan las gracias que derramo sobre quienes me las piden.” Y también algo que le dolió profundamente: “Pero hay rayos que no salen… son las gracias que las almas olvidan pedirme.”

La escena cambió. Alrededor de la Virgen apareció un óvalo con una inscripción en letras de oro: “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti.”

Luego, la imagen giró. Catalina vio la parte posterior: una “M” grande, coronada por una cruz, con dos corazones debajo: uno rodeado de espinas, el otro atravesado por una espada. Y alrededor, doce estrellas.

Entonces escuchó la orden:

Haz acuñar una medalla según este modelo. Todos los que la lleven con confianza recibirán grandes gracias.

Catalina se quedó inmóvil. La aparición se desvaneció lentamente, pero las imágenes estaban grabadas con fuego en su alma. Sabía que su misión recién comenzaba y ahora tenía que hablar.

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