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Lo que dijo la Virgen en La Salette: un mensaje entre lágrimas, esperanza y advertencia.

Por: María Emilia Zuchelli

“Si mi pueblo se niega a someterse, me veré obligado a soltar el brazo de mi Hijo.

Es tan fuerte y pesado que ya no puedo sostenerlo.” (Virgen de La Salette, 1846)

En los Alpes franceses, el 19 de septiembre de 1846, dos pequeños pastores vivieron una experiencia que cambiaría sus vidas y dejaría un mensaje que sigue resonando hasta hoy. Allí, entre las montañas, la Virgen se apareció llorando. Ella decidió revelarse en La Salette porque el corazón del mundo estaba desapareciendo.

Sus palabras no eran una amenaza vacía, eran una advertencia maternal, desesperada y cargada de amor. María veía una humanidad rebelde, alejada de Dios, ignorando su cruz, olvidando su amor… y eso le dolía. Lloraba por el dolor de ver a la humanidad en esas condiciones, lloraba por un Dios ofendido. Y lamento la inevitable destrucción y ruina a la que se dirigían si es que eso no se cambiaba.

Ella no vino a condenar, sino a invitar a la conversión, vino a pedir cosas concretas y simples: penitencia, obediencia a las leyes de Dios, rezo constante, asistencia a la Sanata Misa los domingos, respeto por el tiempo de Cuaresma.

Y denunció dos pecados que se habían vuelto de “moda”: la blasfemia y el no santificar los domingos, es decir, trabajar y olvidarse del descanso y de Dios ese día.

La Virgen ya estaba cansada. Lloraba porque los hombres ignoraban la cruz de Jesús y a Dios, un Padre que ama y cuya protección se pierde cuando la humanidad deja de tener fe, deja de tener esperanza. Cuando ella dijo que el brazo de su hijo se hacía más pesado, se refería a que el juicio divino se acercaba. Es tal la cantidad de pecados de ofensas y falta de fe que Dios se retira y deja de proteger a los hombres, lo que permite que la humanidad sufra.

Pero la Virgen de La Salette no vino a sembrar miedo, sino a abrirnos los ojos. La Iglesia dice que su aparición es también un mensaje de esperanza, porque tenemos una Madre que intercede sin descanso por la humanidad.

Mélanie y Maximino tenían una misión: preguntarle a todo el pueblo de la Virgen María “¿Hacéis bien vuestras oraciones?” Y transmitir este mensaje que ella les encomendó.

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