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Presencia que brilla en el alma

María Livia, la mujer salteña que afirmó haber recibido apariciones de la Virgen María y de Nuestro Señor Jesucristo, contaba con profundo asombro y emoción lo que vivió en aquel primer encuentro celestial. Según su testimonio, en el momento de la aparición sintió una fuerza invisible que la impulsó a ponerse de rodillas, su alma se elevó con ella y la obligó a levantar su cabeza.

Allí en medio de una inmensa luz, apareció una joven de alrededor de 14 años, con sus manos y brazos extendidos hacia abajo, desde donde salían purísimas luces que se extendían hacia abajo como rayos de cristal.

Esta joven mujer resplandecía por su belleza extraordinaria. No había dudas de que se trataba de la Santísima Virgen María. Lleva un vestido blanco puro y deslumbrante, un manto azul profundo con destellos verdosos y un velo blanco que cubría su cabeza. Se acomodaba descalza sobre una pequeña nube a pocos centímetros del suelo.

Durante unos instantes eternos, la Virgen permaneció mirándola en silencio, mirándola con dulzura. Su rostro, de niña, tenía rasgos muy marcados y sus ojos de color azul mar inmensos y profundos. Aquella imagen quedo grabada en la mente y en el corazón de María Livia, como una huella imborrable que la acompañaría toda su vida.

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