Los Misterios de la Tilma de Guadalupe: el moño, la luna y la túnica rosa
La imagen de la Virgen de Guadalupe sigue desafiando tanto a la ciencia como a la fe. Dos de sus elementos más enigmáticos —el moño negro y la luna a sus pies— revelan indicios claros de haber sido añadidos por mano humana. Y, al mismo tiempo, la túnica rosa, centro de la figura, plantea un rompecabezas aún mayor: un color imposible de explicar con los recursos pictóricos del siglo XVI.
El enigma del moño y la luna
Un análisis minucioso de la tilma de Juan Diego ha revelado que el moño negro en la cintura, la media luna y hasta el cabello del ángel no pertenecen al diseño original. Su estilo corresponde más bien al gótico internacional, el arte que florecía en España durante el siglo XV con influencias italianas, francesas y flamencas. Motivos como túnicas bordadas, borlas o la media luna eran comunes en esa época y encajan con estos elementos oscuros de la tilma.
La evidencia científica los señala como añadidos posteriores: su pigmento es opaco, deteriorado y con un tono grisáceo. No es carbón ni pizarra; tampoco coincide del todo con el nitrato de plata, aunque su apodo “cáustico lunar” resulta sugestivo. La hipótesis más sólida apunta al óxido férrico, el llamado “negro de Marte”, pesado y quebradizo, cuyo deterioro coincide con las grietas que hoy se observan en la tilma.
Un detalle aún más revelador son las cuatro líneas de dobleces que cruzan el cuerpo de la Virgen. Bajo luz visible e infrarroja se distinguen con claridad, pero desaparecen al llegar al resplandor dorado del fondo. Esto indica que la figura central fue plasmada primero; después se añadieron los rayos solares que cubrieron esas marcas. El moño, la luna y el ángel, en cambio, se habrían insertado en un momento intermedio.
El contraste es innegable: mientras el rostro y las vestiduras de la Virgen conservan frescura y armonía, los añadidos muestran trazo torpe, colores parduzcos y fragilidad evidente.
El misterio de la túnica rosa
Si los añadidos oscuros parecen tener explicación terrenal, la túnica rosa representa un enigma mucho más profundo. Los estudios científicos revelan que este pigmento refleja intensamente la radiación visible y, a la vez, es transparente a los rayos infrarrojos, algo imposible en los materiales conocidos del siglo XVI.
A diferencia del azul del manto, que penetra en las fibras del tejido, el rosa parece flotar sobre la superficie sin mezclarse con la trama. Además, no presenta la técnica habitual de sombras subyacentes: las líneas negras que delimitan pliegues fueron añadidas después, probablemente en una intervención de estilo gótico, poco cuidadosa en comparación con el realismo del rostro y las manos.
Lo más desconcertante es la naturaleza del pigmento. No es cinabrio, ni hematita, ni plomo rojo, ni óxido de hierro: todos ellos serían opacos a los infrarrojos. Tampoco coincide con pigmentos orgánicos, que deberían haberse desvanecido en pocos años sin protección de barniz o aparejo. Y, sin embargo, el rosa de la tilma permanece vivo, fresco y luminoso tras casi cinco siglos.
El bordado dorado sobrepuesto refuerza el enigma. Sus trazos planos ignoran la lógica de luces y sombras de la túnica, un error impropio de un pintor experto, pero que no logra opacar la inexplicable intensidad del color de fondo.
Entre ciencia y fe
Los estudios modernos hablan de capas pictóricas, pigmentos imposibles y deterioros visibles. La fe, en cambio, sigue viendo en la tilma un signo divino que trasciende explicaciones. La paradoja se hace evidente: mientras los añadidos humanos —el moño, la luna y el ángel— se desmoronan, la túnica rosa resiste intacta, desafiando el paso del tiempo y las leyes de la materia.
¿Estamos ante intervenciones humanas malogradas y, al mismo tiempo, ante un pigmento inédito que la ciencia aún no logra explicar? ¿O acaso la tilma encierra un misterio destinado a permanecer velado entre grietas, resplandores y un rosa que no se apaga?
FUENTE
Libro publicado en Editorial Planeta, autor Benítez, J. J. (1982). El misterio de Guadalupe: Sensacionales descubrimientos en los ojos de la Virgen mexicana (pp. 59–62).