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Una carta reveladora que cambia la historia del “hombre barbado”

Autor: Arias Daiana

El 24 de octubre de 1981, Benítez vivió en Ciudad de México dos experiencias que nunca olvidaría. La primera fue un terremoto de seis grados en la escala de Richter; la segunda, el encuentro directo con el enigma de los ojos de la Virgen de Guadalupe.

Aquel día, tras entrevistar al dibujante José Carlos Salinas Chávez —considerado el redescubridor del “hombre barbado” reflejado en las córneas de la imagen— y al oftalmólogo doctor Graue, Benítez regresó al hotel Ejecutivo. Minutos después, la tierra comenzó a temblar y el periodista pasó la noche en un banco del parque de Chapultepec.

Pero el verdadero epicentro de su viaje no era geológico, sino histórico y espiritual: las misteriosas figuras halladas en los ojos de la Virgen. En 1951, Salinas Chávez aseguró haber descubierto en ellos la silueta de Juan Diego, proclamándose descubridor. Sin embargo, años después saldría a la luz un testimonio que cambiaría el rumbo de esta disputa.

El archivo de Marcué

Meses después de aquel viaje, gracias a la colaboración del profesor Rodrigo Franyutti, Benítez tuvo acceso a parte del archivo disperso de Alfonso Marcué, fotógrafo de la basílica en los años veinte. Entre los documentos apareció una carta dirigida al director de la revista Impacto, Regino Hernández Llergo, en respuesta a un artículo de Salinas publicado en 1951.

En ella, Marcué no solo refutaba la autoría del descubrimiento, sino que dejaba constancia de haber observado los reflejos en los ojos de la Virgen desde 1929, veintidós años antes que Salinas. Explicaba además que el entonces abad de la basílica, don Feliciano Cortés y Mora, le había ordenado mantener silencio por “circunstancias del momento”.

¿Un secreto para ocultar los retoques?

La carta desató nuevas preguntas. ¿Por qué callar un hallazgo de tal magnitud? Benítez y Franyutti coincidieron en una hipótesis: la Iglesia temía que, al difundirse el descubrimiento del “hombre barbado”, salieran también a la luz los retoques realizados en el rostro de la Virgen entre 1926 y 1929. Fotografías comparadas de 1923 y 1930 confirmaban alteraciones, probablemente destinadas a reforzar la devoción en tiempos de tensiones anticlericales.

Salinas, heredero del hallazgo

El documento también sugería que Salinas conocía el descubrimiento gracias al propio Marcué, con quien había conversado antes de 1951. Pese a ello, el dibujante se presentó públicamente como “descubridor” y, en apenas treinta y cinco minutos, anunció que la identidad del misterioso busto correspondía al mensajero Juan Diego.

Un enigma que persiste

La llamada “carta reveladora” no solo reivindicó la memoria de Marcué como pionero en la observación del enigma, sino que abrió un debate que sigue vivo: ¿qué ocultan en realidad los ojos de la Virgen de Guadalupe? ¿Un testimonio sobrenatural, una manipulación artística o un fenómeno óptico?

Más de noventa años después de aquel primer descubrimiento en 1929, las miradas siguen posándose en las pupilas morenas del ayate, buscando en ellas no solo un reflejo, sino quizá una respuesta al misterio guadalupano.

FUENTE


Benítez, J. J. (1982). El misterio de Guadalupe: Sensacionales descubrimientos en los ojos de la Virgen mexicana (pp. 123–125). Editorial Planeta.

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