“Parece un ojo vivo”: los exámenes oftalmológicos a la Virgen de Guadalupe en los años setenta
Autor: Arias Daiana
Ciudad de México. Veinte años después de los primeros dictámenes médicos de la década de 1950, el enigma de los ojos de la Virgen de Guadalupe volvió a despertar el interés de los especialistas. Entre 1975 y 1976, destacados oftalmólogos mexicanos tuvieron acceso directo al ayate y registraron hallazgos que, una vez más, alimentaron la tensión entre ciencia y fe: la impresión de estar ante unos ojos vivos.
El regreso de las investigaciones
El doctor Amado Jorge Kuri fue el primero en reabrir el debate. En agosto de 1975, tras examinar la imagen sin el cristal protector y con ayuda de oftalmoscopio y lupa de aumento, aseguró haber percibido no solo el famoso busto humano en la córnea derecha, sino también los tres reflejos de Purkinje-Samson, perfectamente distribuidos como en un ojo real. La brillantez del iris, la sensación de volumen en los maxilares y la profundidad aparente del cristalino lo llevaron a una conclusión sorprendente: «causan la impresión del reconocimiento de ojos con vida».
Pocos meses después, el doctor Eduardo Turati Álvarez ratificó las observaciones y añadió un matiz decisivo: al aplicar lentes de diferente potencia sobre el ojo derecho de la Virgen, la superficie de la córnea se comportaba con la misma curvatura y profundidad que un ojo humano, fenómeno ausente en cualquier pintura convencional.
Coincidencias clínicas
Otros especialistas se sumaron a las exploraciones. El doctor José Roberto Ahued Ahued coincidió con los hallazgos de Kuri, destacando la «sensación de explorar un ojo humano vivo». En enero de 1976, el renombrado oftalmólogo Enrique Graue, tras examinar el ayate con un oftalmoscopio de alta potencia, fue contundente: se apreciaban imágenes de Purkinje, sensación de profundidad y el reflejo de un busto humano en las córneas. «Realmente no puede uno menos de pensar en algo sobrehumano», escribió.
La voz de la prudencia científica
El anciano doctor Javier Torroella Bueno, pionero en las investigaciones de 1956, cerró este ciclo de observaciones con un dictamen desde San Cristóbal de las Casas en febrero de 1976. En él recordaba que la función de los oftalmólogos no era decidir si la imagen era sobrenatural, sino describir con objetividad lo observado. «Debemos despojarnos de todo guadalupanismo, por muy guadalupanos que seamos, y tomar las cosas desde un terreno netamente científico», advirtió con firmeza.
El descubrimiento inicial
En la década de 1950, especialistas en oftalmología documentaron por primera vez la existencia de una figura en los ojos de la Virgen. Lo sorprendente era que no se necesitaba instrumental sofisticado para percibirla: bastaba con una lupa sencilla.
- Ojo derecho: en la parte interna de la córnea, visible entre las “tres y seis” del círculo horario, aparece la silueta nítida de un hombre barbado.
- Ojo izquierdo: la misma figura se aprecia, pero borrosa, lo que concuerda con las leyes de la óptica: el reflejo se proyecta desenfocado debido a la diferencia de distancia entre los ojos y el objeto reflejado.
- Ambos ojos: la ubicación de las imágenes corresponde exactamente a cómo deberían reflejarse en un ser humano real que mira un objeto situado a unos 35–40 centímetros de distancia.
Estos informes, redactados entre los años 50 y 70, coincidían en un mismo punto: el fenómeno observado seguía las leyes físicas, pero era inexplicable en el contexto de una pintura antigua.
La voz de la ciencia: Dr. Enrique Graue
Uno de los testimonios más contundentes proviene del doctor Enrique Graue, oftalmólogo de prestigio en México, quien examinó la tilma en 1974 y en visitas posteriores. Inicialmente escéptico, Graue aceptó realizar un análisis bajo condiciones estrictas: sin el cristal protector, con andamiaje adecuado y en un ambiente oscuro para evitar reflejos externos.
Sus hallazgos principales fueron:
- Profundidad ocular real: al iluminar con un oftalmoscopio, el especialista percibió brillo y volumen en la pupila, un fenómeno propio de un ojo vivo.
- Triple imagen de Purkinje-Samson: identificó claramente la figura barbada reflejada en la córnea y en las superficies anterior y posterior del cristalino. Esto daba como resultado tres imágenes sucesivas, exactamente como ocurre en la visión humana.
- Diferencias ópticas entre ambos ojos: el derecho mostraba la figura enfocada, mientras que en el izquierdo aparecía desenfocada. Esta diferencia se debía al leve desplazamiento de la cabeza de la Virgen en la imagen, algo casi imposible de simular con técnicas pictóricas del siglo XVI.
- Luminosidad del iris: Graue quedó impactado al comprobar cómo los ojos reflejaban la luz, produciendo un brillo semejante al de una persona viva.
“Si no fuera porque sé que se trata de una imagen, diría que son los ojos de un ser vivo”, declaró.
Un fenómeno óptico adelantado a su tiempo
El enigma se intensifica cuando se considera el contexto histórico. La triple imagen de Purkinje-Samson fue descrita recién a fines del siglo XIX, más de 300 años después de la aparición de la tilma. La pregunta se impone:
- ¿Cómo pudo un artista indígena o europeo del siglo XVI reproducir con exactitud un fenómeno óptico desconocido en su época?
- ¿Por qué, además, las proporciones y el desenfoque coinciden con la física moderna?
Explicaciones propuestas
Algunos críticos han intentado explicar el fenómeno como un juego de sombras o una ilusión óptica generada por el tramado del ayate. Sin embargo, los estudiosos insisten en que los reflejos se encuentran en exacta correspondencia con las leyes de la óptica fisiológica.
Otros sugieren que pudo tratarse de un recurso artístico accidental, aunque Graue descarta esa hipótesis:
“He estudiado cientos de pinturas antiguas y nunca he visto algo similar. Los pintores suelen agregar un destello blanco en las córneas para dar vida a los ojos, pero aquí hablamos de un reflejo complejo en varias superficies del ojo, imposible de lograr en esa época.”
¿Milagro o ciencia inexplicable?
Ante la pregunta directa sobre si consideraba esto un milagro, Graue fue categórico:
“Un milagro rompe las leyes físicas y naturales. Aquí, en cambio, el fenómeno se ajusta a esas leyes. Lo que ocurre es que resulta imposible comprender cómo se produjo en un objeto que, supuestamente, es solo una pintura.”
En otras palabras: no contradice la ciencia, pero la ciencia aún no tiene una explicación convincente.
Conclusión
El fenómeno de los ojos de la Virgen de Guadalupe es uno de los enigmas más intrigantes de la tilma. La presencia de la figura barbada reflejada con exactitud óptica, el brillo y la profundidad semejantes a los de un ojo vivo, y la correspondencia con la triple imagen de Purkinje-Samson —desconocida en la época colonial— convierten este hallazgo en un desafío abierto.
Más allá de la fe o del escepticismo, el hecho permanece: en los ojos de la Guadalupana se observa un fenómeno óptico que no debería estar allí. Y mientras la ciencia no pueda dar una explicación definitiva, el misterio seguirá brillando en sus pupilas.
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FUENTE
Benítez, J. J. (1982). El misterio de Guadalupe: Sensacionales descubrimientos en los ojos de la Virgen mexicana (pp. 141–149). Editorial Planeta.