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Un llamado inesperado a la peregrinación en Salta

Agradecimientos previos

Antes de empezar, quiero agradecer al Señor Adolfo y a la Dra. Tamara por darme la oportunidad de viajar y conocer el Santuario de la Inmaculada madre del corazón eucarístico de Jesús (Virgen del Cerro- Salta)

Un día de cumpleaños que nunca olvidaré

Todo comenzó el día de mi cumpleaños. Un día que, aunque ya estaba acostumbrada, me demostró que siempre puede sorprenderme de formas diferentes. Dos días antes del viaje a Salta, me robaron la computadora, y al perseguir al ladrón, me caí de espaldas y me lastimé. Esa misma tarde, mi jefe me llamó y me preguntó si quería ir de viaje a Salta para peregrinar. Aunque estaba triste, acepté sin pensarlo demasiado. Fue algo inesperado, y no imaginé que este viaje me traería tantos cambios. Al día siguiente, comenzó el viaje, y justo había una habitación libre para que yo me quedara en Salta.


Mi Primer contacto con el Cerro

Llegué el viernes a las 10 AM y fui directamente al cerro. Al principio, no había nadie porque lo que decidí no subir sola en ese momento, ya que si algo sucedía, no tendría a mi grupo ni a mi coordinadora para ayudarme. A pesar de eso, el cerro era hermoso y muy tranquilo.

Regresé al hotel en busca de mi coordinadora. Finalmente, al mediodía, logré contactarla, y me informó que ya estaba en camino hacia la Virgen. Volví al cerro y, una vez más, estaba sola. Fue en ese momento que sentí que la Virgencita quería que subiera sola al cerro, sin temor a lo que pudiera pasar, recorrí el camino sola, como si ella cuidara cada uno de mis pasos.

Camino hacia el santuario

Mientras subía, olvidé el dolor de espalda. Me concentré solo en hablar con Ella mientras caminaba. A veces hablaba conmigo misma, otras veces rezaba por la gente que venía a mi mente, y en ocasiones tocaba las plantas o los árboles, sintiendo que me impulsaban a seguir adelante. Aunque yo los tocaba, sentía como si ellos me sostuvieran a mí.

Me detenía a acariciarlos, cerrando los ojos, sintiendo que eso era como tocar la piel del cerro. A veces, me quedaba mirándolos como si pudieran contarme algo más. Cuando ya estaba cerca de la cima, me sentía más insegura de mí peinado y de la ropa que tenía puesto, pensaba si era ropa apropiada para esta ocasión. Sumado a eso me sentía insegura de cómo empezar a pedir por mí misma. Era mucho más fácil pedir por los demás. Me dio vergüenza, pero luego me di cuenta de que mi vida recién comenzaba y no había mucho que pedir. Así que solo pedí que ella hiciera su voluntad en mí.

El mensaje de la Virgen

Después empecé a dudar si realmente era apta para visitarla. Pero entonces, Ella formó un pensamiento en mi mente: “Deja de pensarlo tanto, no retrocedas, solo sigue sintiendo como lo hiciste hasta ahora. Eres digna de merecer todo. A Dios le agrada lo que Él nos dio: no nos dio un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y dominio propio. Si no te sientes merecedora de mí, ese pensamiento no viene de Dios, ni de mí. Yo jamás te juzgaría, solo te comprendo. Y lo único que me importa es tu corazón”. Reconocí que era Ella porque nunca me hablé con tanta compasión a mí misma. Todavía estoy creciendo hasta ahora.

Las cartas y rosarios en los árboles

Al continuar el camino, vi algunos rosarios atados en los árboles, como promesas dejadas por personas para la Virgen. También me llamó la atención algo más: cartas guardadas dentro de los árboles. Pensé en tomar una foto o sacar alguna carta, pero decidí no hacerlo. Pensé que, si esas cosas estaban allí, ya no me pertenecían, sino que pertenecían a la Virgen.

El lugar sagrado

En el camino, vi carteles que pedían guardar el celular, hacer silencio y respetar el lugar como un santuario, no como un sitio de turismo o deporte. Este no era un lugar cualquiera, era un espacio dedicado a Ella, a la Madre. Y, por ser Ella quien es, esas reglas se volvían pequeñas a su lado. Sentí un acuerdo tácito de todos los presentes: tratarnos con respeto y paciencia, como se honra a una madre en su casa. Hice mucho silencio, mi forma de estar realmente presente para Ella.

El santuario y mi oración

Cuando llegué cerca del santuario, la gente comenzó a aparecer. No era mi grupo, pero me sentí acompañada. Continué caminando sola hasta el santuario. Allí, el ambiente era especial. En el interior, había sillas con pequeños espacios para arrodillarse y un pasillo que llevaba hasta el altar, donde se encontraba la Virgen María, adornada con flores rojas. La música suave de fondo acompañaba los rezos de quienes estábamos allí.

Ahí le agradecí por todo y luego pedí por los demás. Me di cuenta de lo difícil que es acordarme de todo los problemas que cargaba en un momento tan importante, así que le ofrecí mi corazón, como una forma de ser más sincera con Ella. Nadie la conoce tanto, pero estoy segura de que no hace falta hablarle para contarle sobre uno. Para Ella solo basta un corazón y su intención.

La forma de rezar

De pequeña yo pensaba que era obligatorio hablar y mirarla. Me preguntaba cómo hacían los ciegos y los mudos, o la gente que habla un idioma diferente. Su mismo Hijo nos promete: “Cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” y Cuando oren, no abunden en palabras, como los paganos, que se figuran que por mucho hablar serán oídos. Por lo tanto, no los imiten, porque vuestro Padre sabe qué cosas necesitáis, antes de que vosotros le pidan”, y de alguna manera, eso me ayudo a entender más el lenguaje de la Virgen.

La amiga de mi madre me dijo que al rezar primero debía agradecer y después pedir. Mi padre, me dijo que simplemente rezara, no aclaró si debía pedir o no. También recuerdo a un pastor que dijo algo muy sabio: “Dios ya conoce sus promesas, pero le gusta que sus hijos se las recuerden al orar. Pero, también es justo”. Al leer mi Biblia, vi que los profetas oraban de distintas maneras. Entonces entendí que debía hacerlo a mi forma, siempre con fe: simplemente hablé. Y cuando mi voz se quebraba entre lágrimas, continuaba hablando solo en el pensamiento.

Le conté cómo me sentía, cómo estaban mis conocidos, y pedí por ellos. Me sorprendió lo fácil que es pedir por otros, pero ¿quién pide por mí?

El encuentro con el grupo

Después de salir del santuario, busqué de nuevo a mi grupo. Con mucha vacilación pregunté a tres chicas que estaban por irse si, de casualidad, tenían a la misma coordinadora que yo, y exactamente me dijeron que sí. Solo así pude bajar y viajar desde el cerro hasta el hotel, con ayuda de ellas.

Esa noche conocí a mi grupo y a las coordinadoras del viaje. Todavía recuerdo el orden en que las fui conociendo: Gabriela, Gloria, Pilar, Silvina, Josie, Marta, Sara y Catalina. Y, antes que, a todas ellas, recuerdo el nombre del taxista: David.

Estoy segura de que todos ellos creían y tenían fe. Pero de nuevo, algunos no me contaron como llegaron ahí.

Entre ellos estaba Silvina, una señora de ojos alegres y gran devoción. Me compartió relatos de sus experiencias con la Virgen, y al escucharla, comprendí cómo su bendición puede transformar nuestra mirada. Silvina había logrado algo valioso: amarse a sí misma, y eso se reflejaba en cómo nos trataba. Por eso la recuerdo como un buen ejemplo.

La fiesta de la Virgen

Al día siguiente era la fiesta de la Virgen: un día conocido por todos los habitantes de ahí, pero por alguna razón la gente del exterior es la que más asiste a la fiesta. Ese día me levanté temprano, pero no salí a desayunar: quería ofrecer mi ayuno de nuevo. Pero esta vez, voluntariamente. Mientras esperaba el momento de partir, estuve cantando alabanzas, practicando como si Nuestra Señora me fuera a calificar.

Al mediodía partimos hacia la entrada del cerro, donde había grandes multitudes de personas, autos y colectivos. El sol era intenso y el silencio había desaparecido. Todos teníamos apuro por subir, pero había un cronograma: primero las alabanzas, luego las oraciones, y finalmente ambas juntas.

Cuando terminó la Eucaristía, los sacerdotes y obispos recorrieron el campo de fieles de manera organizada. Todos recibimos la bendición. Tenían una mirada serena que transmitía paz, y me recordaba a la joven mujer santa por quien estábamos allí.

Y por último presenciamos el lanzamiento del rosario de globos azules al cielo. Me sorprendió mucho ver cómo aquel rosario parecía acomodarse entre las nubes, como si alguien lo estuviera guardando en un cajón luego de haberlo rezado. A eso me recordaba mientras lo veía alejarse hacia el Este. Aunque todos ahí teníamos distintas edades, me di cuenta de que todos sentíamos lo mismo. Fue tierno.

La caminata nocturna

Cuando esto terminó, la noche comenzaba. Salimos del jardín de la Virgen y caminamos hacia la capilla. Todos seguimos el camino marcado por los seguidores que cargaban la imagen de la Virgen María en sus hombros.

A medida que se oscurecía, la única luz provenía de las velas que llevábamos en la mano. De lejos, parecían luciérnagas. Y en la parte más fantasiosa de mí, me repetía la idea de que Ella estaría allí arriba, observándonos con curiosidad, siguiendo nuestro paso hasta su santuario. Quizás riéndose un poco de nosotros, sus hijos, que intentamos buscarla de estas maneras, cuando ella misma sabe mejor que nadie que su presencia llena de gracia no se limita únicamente a un lugar determinado. Es un choque de lenguajes diferentes, que por supuesto ella comprende.

Y yo la sentía Joven y traviesa, feliz como nosotros. Esperando recibir la luz, no de las velas, sino la luz que Ella ve en nuestros corazones. Recibiendo nuestra alegría y cansancio. Cada reflejo de nuestra vida compartida.

Esta vez, cuando llegué al santuario, allí estaba nuestra Madre María y Madre de Dios. Su imagen como Ella, se veía cautivamente pura. Llena de sabiduría y acabada de hermosura. Reconozco que no por mérito propio, sino por la gracia de Dios. Su aureola floreada, me hacía confundirla con un ángel, por momentos. Su vestidura era la misma, pero parecía esmerarse por brillar ese día, haciendo resonar aquel mensaje en mi cabeza, con el que el ángel Gabriel la eligió para la eternidad, diciendo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.

Entre el blanco de los pétalos de aquellas rosas blancas, mis favoritas, que la acompañaban en su altar, supe que Ella disfrutaba dejándose querer por nosotros, paseándose en medio de nosotros y siempre conduciendo nuestras miradas hacia Aquel que la llamó.

FUENTES


  • Biblia, Reina-Valera 1960, (San Mateo 6:6). Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602), otras revisiones: 1862 y 1909.
  • Biblia Straubinger. (s.f.). Mateo 6:7-8. Biblioteca Straubinger: Mateo | Biblia Straubinger
  • Biblia Straubinger. (s.f.). Mateo 6:7-8. Biblioteca Straubinger: Lucas | Biblia Straubinger
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