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Historia de Garabandal: un caso de apariciones marianas

El trance que desafió a la ciencia

En una aldea ganadera denominada San Sebastián de Garabandal, ubicada a 497 metros de altura sobre la Montaña de Cantabria (España), casi 700 metros sobre el nivel del mar, y a 87 kilómetros al sudeste de Santander, ocurre una de las apariciones marianas más sorprendentes del siglo XX: cuatro jóvenes, de edad escolar entre 10 y 12 años, Conchita González, Mari Cruz González, Jacinta González y Mari Loli Mazón, sin relación de parentesco, afirmaron haber presenciado apariciones del arcángel San Miguel y de la Virgen María.

Durante esos años, las niñas experimentaron fenómenos místicos como éxtasis, visiones y locuciones interiores, que muchos calificaban de paranormales: levitaciones, demostraciones de fuerza inusual y comportamientos fuera de lo común. Ellas aseguraban recibir mensajes y advertencias de carácter espiritual para la humanidad. Estos acontecimientos, que dieron lugar a aproximadamente 2.000 apariciones, despertaron un gran interés, no solo entre los fieles, sino también entre científicos, médicos, sacerdotes y autoridades de la Iglesia.

A día de hoy, las apariciones de Garabandal continúan siendo un misterio sin resolver y un tema de debate entre los creyentes, escépticos y estudiosos de lo sobrenatural del mundo.

La aldea previo a las apariciones

San Sebastián de Garabandal, antes de ser conocido mundialmente por estas apariciones, era un pueblo remoto y humilde, situado entre los montes que rodean a la Montaña de Cantabria. Su acceso era muy limitado por culpa de las callejas estrechas, embarradas y con muchas piedras que solo permitían llegar a pie, a caballo o con vehículos preparados para caminos de montaña, algo poco común en la década de 1960.

El pueblo contaba con unos 300 habitantes, dedicados principalmente a la ganadería y, en menor medida, a la agricultura de subsistencia (maíz y alubia para el consumo familiar). Una comunidad sencilla y cariñosa acostumbrada a vivir sin luz eléctrica, sin radio, sin teléfonos, sin tiendas, y algunos hogares ni siquiera tenían agua corriente. No existía ayuntamiento, alcalde, médico ni sacerdote residente. La única estructura destacada era la Iglesia románica ubicada en el centro del pueblo, y la pequeña escuela de instrucción religiosa, que se dividía en una sección para niños y otra para niñas, con menos de veinte alumnos por grupo y de bajo nivel académico.  

A pesar de la austeridad, el pueblo mantenía una intensa vida religiosa. Los habitantes rezaban diariamente al mediodía, por la tarde y por la noche, y asistían masivamente a la Santa Misa dominical. Luego de la misa, la juventud solía reunirse para cantar y compartir momentos de alegría. La fiesta patronal más importante tenía lugar el 18 de julio, día de San Sebastián, con danzas tradicionales como los “picayos”.

La aldea vivía prácticamente aislada del mundo exterior… hasta que, tras el 18 de junio de 1961 (fecha de la primera aparición del arcángel), comenzaron a llegar miles de personas desde toda España y del extranjero, en busca de respuestas y testimonio de lo sobrenatural. (“Primer Documental de Garabandal” y “Una historia que te va a sorprender”).

Estado de la Aparición Mariana

El fenómeno de Garabandal se enmarca dentro de las llamadas revelaciones privadas, es decir, manifestaciones místicas que no añaden nuevas verdades a la fe católica, pero pueden ayudar a vivirla con mayor intensidad. En palabras de santo Tomás de Aquino, “a cada periodo de la historia no han faltado hombres que hayan tenido el espíritu de profecía, no para desarrollar una nueva doctrina de fe, sino para dirigir la actividad humana”.

Estas revelaciones, si bien no son obligatorias para los fieles, pueden servir como advertencia, consuelo o guía. En el caso de Garabandal, los mensajes atribuidos a la Virgen y al ángel buscan principalmente la conversión del corazón, la vuelta a la oración, la penitencia, la Eucaristía y el amor al Papa.

Muchos testigos aseguran haber experimentado gracias espirituales profundas alrededor de las apariciones: conversiones, reconciliaciones familiares, curaciones interiores y un renovado fervor religioso. Algunos lo describen como una atmósfera de fe que “se respiraba” en el entorno de las niñas. (“Garabandal más vivo que nunca”“David Toribio, testigo de Garabandal”“Último testimonio de David Toribio”).

Posición de la Iglesia

Desde el primer año de las apariciones hasta 2015, el Obispado de Santander emitió quince comunicados oficiales sobre los hechos de Garabandal. Las conclusiones eclesiásticas se pueden resumir así: 

  • Entre 1962 y 1970, cuatro comunicados adoptaron una postura negativa y afirmaron “que todos los hechos acaecidos en dicha localidad tienen explicación natural”. En 1962, el obispo Mons. Eugenio Beitia, emitió el primer dictamen de “constat de non supernaturalitate”, es decir, se concluyó que no se constataba el origen sobrenatural de los fenómenos, condenando así a las apariciones y prohibiendo a los sacerdotes y consagrados acudir a la aldea en calidad oficial. 
  • En 1965, el mismo obispo emitió una nota suavizando su postura, adoptando la fórmula “non constat de supernaturalitate”, expresión más ambigua, que indica que no se ha podido determinar con certeza el carácter sobrenatural.
  • El obispo Puchol (1967-1968) y su sucesor, Mons. José María Cirarda, también sostuvieron dictámenes negativos, llegando a declarar que “no ha existido ninguna aparición… [todo ha sido] un inocente juego de niñas”. 
  • Después de 1970, la posición oficial pasó a ser más moderada, sin afirmar ni negar lo sobrenatural. Se adoptó de forma constante la fórmula “non constat”, tal como lo sugería el entonces Cardenal Joseph Ratzinger (luego papa Benedicto XVI): 

“Después de haber examinado atentamente la citada documentación, [esta Congregación] no considera oportuno intervenir directamente, sustrayendo de la jurisdicción ordinaria de V. Excelencia un asunto que le compete por derecho. Por lo tanto, este Dicasterio le sugiere que, si lo estima necesario, publique Ud. una declaración en la cual reafirme que NO CONSTA la sobrenaturalidad de las referidas apariciones” (Obispado de Santander y la Congregación para la Doctrina de la Fe, 1983)

Por lo tanto, el caso sigue abierto al discernimiento prudente de los fieles, sin aprobación oficial ni condena definitiva.

A lo largo de estos años, dos Comisiones episcopales estudiaron los fenómenos:

  • La primera concluyó su informe el 4 de octubre de 1962, afirmando que “estos fenómenos carecen de todo signo de sobrenaturalidad”. Sin embargo, el Dr. Luis Morales Noriega, médico principal de aquella Comisión, reconoció públicamente en 1983, que su juicio negativo primero carecía de base suficiente para juzgar los sucesos:

“…Este juicio primitivo que comuniqué al Señor Obispo… [fue] el origen de la desconfianza de la Jerarquía en el milagro de las apariciones… [Sin embargo, el estudio posterior] tras algún tiempo de sedimentar ideas me permitió científicamente comprender… la realidad [de las apariciones]

  • La segunda concluyó su estudio el 26 de abril de 1991, y llegaron a la conclusión de un “non constat”, dejando abierta la posibilidad a nuevos estudios.

Las Apariciones

Los acontecimientos extraordinarios comenzaron el 18 de junio de 1961 y continuaron hasta el 13 de noviembre de 1965. Durante los primeros quince días las apariciones fueron esporádicas, pero a partir de julio comenzaron a sucederse casi a diario. Se estima que se produjeron alrededor de 2.000 apariciones, aunque no se conserva un registro exacto de todas ellas. Sin embargo, existen múltiples testimonios presenciales y documentos que avalan los fenómenos. 

Primera aparición del Arcángel

El primer fenómeno sobrenatural ocurrió en la tarde del 18 de junio de 1961, cuando las niñas Conchita Gonzále, Mari Cruz González, Jacinta González y María Dolores Mazón (Mari Loli) se encontraban en las afueras del pueblo, en un huerto de manzanas propiedad del maestro local.

Según el relato de Conchita en su diario, las niñas habían recogido manzanas sin permiso. Luego de llenar sus bolsillos, corrieron hasta un camino empedrado llamado la Calleja, situado en las afueras, donde comieron las frutas tranquilamente.

En las aldeas de montaña, este tipo de acción era considerado una travesura menor, casi una costumbre, ya que los manzanos abundaban y los frutos eran tomados para consumo personal, no para la venta. Además, al todos tener manzanos en sus huertas, si consumías del otro se consideraba como un cumplido.

Mientras comían las manzanas, escucharon un fuerte ruido semejante a un trueno, a pesar de que el cielo estaba completamente despejado. Conchita, en tono de conciencia, exclamó: “¡Ay, qué gorda! Ahora que cogimos las manzanas, que no eran nuestras, el demonio estará contento y el pobre Ángel de la Guarda estará triste”.

Luego, mientras jugaban, Conchita vio de repente una figura que la hizo caer de rodillas en estado de éxtasis. Las otras niñas, al acercarse y tratar de ayudarla, también cayeron de rodillas al mismo tiempo, exclamando con voz firme: “¡El Ángel!” (“El ángel se deja ver”)

La visión fue breve, pero impactante. Durante los días siguientes, el ángel se apareció a las niñas en nueve ocasiones, sin pronunciar palabra alguna. Más adelante, se presentaría como el Arcángel San Miguel.

Reacciones en la aldea

La noticia de la primera aparición se extendió rápidamente por todo el pueblo y causó distintas opiniones en la comunidad.

La maestra, Serafina Gómez González, las recibió con comprensión maternal. Aunque mantenía una actitud prudente, no las desestimó: les propuso observar si la experiencia se repetía, ya que conocía bien a las niñas y no podía juzgarlas sin pruebas (“La primera en escuchar”).

Los padres reaccionaron de distintas maneras. Aniceta González, madre de Conchita, pensó que era una excusa por haber llegado tarde a casa. Sin embargo, con el paso de los días, comenzó a sospechar que algo verdadero les había sucedido. La madre de Jacinta se mostró escéptica pero dispuesta a observar. La madre de Mari Loli reaccionó con más suavidad, mientras que la de Mari Cruz fue más severa (“La fe comienza en casa”).

Al día siguiente, el 19 de junio, el párroco local, Don Valentín Marichalar, fue informado de los hechos. Su reacción inicial fue de molestia, pero decidió interrogar a las niñas por separado. Quedó sorprendido al ver que todas coincidían en los detalles, incluso los más pequeños, sin contradicciones. Aunque no llegó a una conclusión definitiva, optó por no censurarlas y esperar (“El interrogatorio del párroco”).

Un albañil del pueblo, José Díez Cantero, intentó presionarlas, diciéndoles que sus familias podrían ir a la cárcel si no decían la verdad. Muchas niñas de su edad también pensaban que estaban inventando una historia, o que les había afectado la imaginación.

Ese mismo 19 de junio no hubo apariciones. Las niñas hicieron su día normalmente, pero al final de la tarde pidieron permiso para volver a rezar en la Calleja, un lugar que ya comenzaban a llamar con ternura: “un trocito del cielo”.

Luz resplandeciente

El 20 de junio, después de rezar el rosario en la Calleja, las niñas estaban a punto de regresar a sus casas decepcionadas por la ausencia del ángel, cuando de pronto fueron rodeadas por una luz resplandeciente que las envolvía por completo. No podían ver nada más allá de la intensa claridad, y comenzaron a gritar asustadas. A los pocos segundos, la luz desapareció.

Fueron rápidamente a contar lo sucedido a sus padres, quienes acudieron al párroco. Aunque intentaron mantener la situación en discreción, al día siguiente todo el pueblo ya estaba al tanto de lo ocurrido. A partir de entonces, algunas personas comenzaron a acompañar a las niñas en sus visitas a la Calleja y los fenómenos comenzaron a tener testigos. 

Primeros Testigos

El 21 de junio de 1961, las niñas acudieron nuevamente a la Calleja, esta vez acompañadas por algunos vecinos. Tras rezar el rosario, parecía que el ángel no se manifestaría, y algunos presentes comenzaron a burlarse amistosamente, diciendo: “Rezad una estación”. Las niñas obedecieron y, al concluir la oración, el ángel apareció nuevamente.

Conchita le preguntó quién era y qué quería, pero él no respondió. Luego describió al ángel con gran detalle, y su expresión convenció a los presentes de que algo real estaba ocurriendo. La descripción del estado extático impresionó a muchos:

“Las niñas clavadas de rodillas en el pedregoso suelo del camino, bien levantada la cara hacia algo o alguien que las tenía arrebatadas, la boca entreabierta con gracia nunca vista, un leve sonreír que ponía plena hermosura en todo su aire, el mirar de aquellos ojos tan puros…”

Este testimonio hizo que muchos pasaran del escepticismo al asombro. En los días siguientes, comenzaron a llegar visitantes de pueblos cercanos, y los éxtasis se volvieron cada vez más frecuentes. Las niñas caían de rodillas al unísono, hablaban con alguien invisible, a veces reían, otras veces lloraban.

A medida que se difundió la noticia, el número de personas que acudían a Garabandal creció notablemente. El párroco Don Valentín Marichalar dejó constancia en su cuaderno del 17 de julio de 1961:

“Asistieron unos ocho sacerdotes, dos doctores y 600 personas [de] fuera, [que en] todos los días no han bajado; pero ha habido días que había cerca de 3.000 personas en domingo. Muchos vienen por curiosidad, después que ven a las niñas cambian; he visto a hombres llorar”.

Dada la creciente afluencia, el brigada Juan Álvarez Seco, jefe de la Guardia Civil en la zona, ordenó que se intensificará la vigilancia. Desde entonces, varios agentes acompañaban a las niñas durante los éxtasis, que eran observados atentamente por médicos, sacerdotes, y familiares.

Para permitir una mejor organización, se delimitó un espacio en la Calleja con troncos y ramas, al que se denominó popularmente el Cuadro. Allí, solo podían ingresar personas autorizadas, como médicos, sacerdotes o familiares cercanos. Este lugar se convirtió en el escenario central de las apariciones.

Éxtasis

Durante los éxtasis, se realizaron múltiples pruebas para examinar el estado de las niñas. El 25 de junio de 1961 se documentó por primera vez un fenómeno físico curioso: mientras estaban en éxtasis, no podían ser levantadas del suelo por otras personas, solo entre ellas lograban hacerlo.

Los médicos también probaron con estímulos como luces intensas, golpes suaves, pinchazos o ruido cerca de los oídos. En todos los casos, las niñas permanecían insensibles al dolor y sin pestañear ni reaccionar. Al finalizar los éxtasis, algunas mostraban marcas visibles, pero no tenían conciencia de haber sido tocadas o heridas. Conchita comentaba en su diario sobre estos sucesos:

“de esto yo no me daba cuenta, pero la gente me lo contó después. Terminada la aparición toda la gente se veía muy emocionada y todos querían ver mis rodillas [mis brazos…] y yo no sabía para qué”. 

Otro detalle sorprendente era la ausencia de cansancio físico. Las niñas podían experimentar varias apariciones por día, incluso durante la madrugada, pero nunca mostraban signos de fatiga o debilidad, siempre estaban frescas. Tampoco denotaban síntomas de ninguna enfermedad, se las veía sanas. El jesuita padre Ramón María Andreu lo expresó: 

“(…) Ellas, al contrario, después de tres largos meses de trances [junio-agosto de 1961] y sucesos casi diarios, con tantas horas de noche en vela, se encuentran completamente normales: juegan y corren como las demás niñas, dan grandes caminatas a los prados (algunos, a cinco y más kilómetros), atienden a las cosas de casa; reaccionan, en una palabra, como cualquier otra chica de su edad y ambiente”.

La Virgen María

Después de varios días en que el ángel apareció sin decir palabra, el 1 de julio de 1961 las niñas vivieron un momento distinto. Ese día, el arcángel San Miguel les habló por primera vez. Les pidió que guardaran un mensaje en secreto, el cual podrían revelar más adelante, y les dijo que rezaran el rosario todos los días. Además, les anunció algo que cambiaría el curso de los acontecimientos:

“Vengo para anunciaros la visita de la Virgen bajo la advocación del Carmen, que se os aparecerá mañana domingo”.

La multitud que acompañaba a las niñas recibió la noticia con gran expectativa. Conchita describió al ángel con ternura y precisión, lo cual impresionó a los presentes. Sin embargo, la gran sorpresa llegaría al día siguiente.

El domingo 2 de julio de 1961, día de fiesta patronal en la aldea de Garabandal, las niñas fueron a la Calleja como de costumbre, rodeadas ya por decenas de personas. Al llegar, cayeron en éxtasis y exclamaron al unísono: ¡La Virgen!

Desde aquel día, las niñas describieron que la Virgen les hablaba con dulzura, las escuchaba con atención, jugaba con ellas como una madre cariñosa y les enseñaba a rezar y a amar a Dios. Ella comenzó a aparecer de forma cotidiana. A veces les hablaba en privado, otras en presencia de testigos. Siempre con un mensaje de conversión, oración, penitencia y amor a la Eucaristía.

Delitos Eclesiásticos

Pocos días después del inicio de las apariciones, el párroco de Garabandal, don Valentín Marichalar, sintiéndose superado por la magnitud de los sucesos y la creciente afluencia de visitantes, se trasladó a Santander para solicitar al Obispado apoyo y orientación. Allí se entrevistó con el obispo Mons. Doroteo Fernández, a quien pidió el envío de médicos y sacerdotes preparados para evaluar los fenómenos.

La respuesta que recibió fue escéptica. El obispo le dijo: «Todo eso no es serio, ya verá, eso se apagará rápidamente, no le preste atención… esté alerta por si acaso, pero sobre todo no se preocupe…»

A pesar de esa reacción, el Obispado decidió formar una comisión investigadora, aunque lo hizo de forma discreta y sin pronunciamiento público formal. La comisión fue organizada por el Administrador Apostólico y puesta bajo la dirección del sacerdote Francisco Odriozola, quien seleccionó a sus colaboradores: los padres Juan Antonio del Val, José María Saiz y Agapito Amieva, junto con el Dr. Luis Morales Noriega como médico principal, y el Dr. José Luis Piñal como segundo médico.

Esta comisión subió a Garabandal por primera vez el 2 de julio de 1961, día de la primera aparición de la Virgen. Sin embargo, ninguno de sus miembros estuvo presente durante los éxtasis más significativos, ni se realizaron observaciones prolongadas. Esto afectó seriamente la calidad del informe posterior.

Las niñas fueron sometidas a interrogatorios insistentes y pruebas médicas, algunas de ellas inadecuadas para su edad y contexto. Según relató Conchita en su diario, uno de los médicos llegó a decirle: «¿Cómo es que haces esas cosas? ¿Qué? ¿Estás loca? ¿Cómo es que engañas al mundo de esa manera?…¡Ponte tiesa y mírame a la nariz que te voy a hipnotizar!»

Estas pruebas no arrojaron resultados concluyentes. Las niñas no mostraban alteraciones mentales ni signos de desequilibrio. Tampoco se pudo comprobar que fingieran los éxtasis. Sin embargo, la primera comisión concluyó con un informe negativo, recomendando declarar que los fenómenos no tenían carácter sobrenatural.

Años más tarde, el propio Dr. Luis Morales Noriega, principal médico de la comisión, se retractó públicamente. En una conferencia pronunciada en 1983, reconoció que:

“Ese juicio primitivo que comuniqué al Señor Obispo fue el origen de la desconfianza de la jerarquía en el milagro de las apariciones. Sin embargo, tras algún tiempo de reflexión y estudio, comprendí científicamente la realidad de lo que ocurrió en Garabandal”.

También admitió que en todo el año 1961 solo estuvo una vez en el pueblo, lo que pone en entredicho la profundidad del análisis médico realizado en aquel momento.

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