Imprimir

El recuerdo inolvidable de Antonia Huertas: una niña que jugó, rezó… y fue testigo de Garabandal

María Antonia Huertas tenía apenas unos 10 años cuando vivió algo que marcaría su vida para siempre: las apariciones de la Virgen en San Sebastián de Garabandal.

Su familia, al enterarse de aquellos sucesos misteriosos, se subió a un taxi rumbo a Cosío y desde ahí… ¡a caminar sendero arriba! Barro, piedras, cabras por todos lados y ventanas tapadas con cartones: así describe Antonia aquel pequeño y pobre pueblo de Garabandal.

Ya el primer día Antonia quedo impactada. Ella y su familia dejaron sus medallas en una mesa y, cuando comenzó la aparición, las niñas en pleno éxtasis se las devolvieron una por una, colgándoselas en el cuello. Aunque lo que más le impacto fue el descenso increíble de las videntes desde los pinos:

“Me acuerdo de cuando bajaban de espalda… era como si volasen. Bajaban como desafiando la ley de la naturaleza. Aquello era tremendo”.

Aquella medalla, besada por la Virgen, la perdió mientras se bañaba en el río y la dio por desaparecida… pero al año siguiente, al volver, ¡la encontró exactamente en el mismo lugar donde se le había caído! Como si la estuvieran esperando.

También recuerda una noche en que una mujer perdió una medalla entre piedras, imposible de hallar. Las niñas, en éxtasis, consultaron a la Virgen…  fueron directo al lugar indicado., y la encontraron.

Antonia volvió varias veces, incluso se quedó un mes entero en casa de Maximina, la tía de Conchita. Como era niña, jugaba al escondite con las videntes por las tardes. Nada de misticismo exagerado: eran niñas normales.

Siempre vivió todo en primera fila, acompañándolas a donde fueran: durante la noche en los pinos, cantando rosarios, en la iglesia, en el cementerio e incluso entrando en casas donde había enfermos en cama para hacerles besar el crucifijo.

Antonia presenció todo como niña, con su mirada sencilla. Le impresionaba verlas caer hacia atrás y rezar tiradas en el suelo:

“Yo entendía que la Virgen nos quería decir que podíamos rezar también cuando estábamos sentados o echados, que no perdiéramos el tiempo”.

Se dio cuenta de que todo aquello era una gran lección viva: “Era una catequesis tremenda”.

Ella siempre repite: “Yo viví aquello, pero no le pedí nada”. Fue testigo, sin pretensiones ni exigencias. Detrás de su sencillez, hay una fe profunda y una visión madura de lo que vivió. Porque no solo vio prodigios: entendió que aquello era una llamada a la conversión y un verdadero regalo de amor.

FUENTE


Submit a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Tabla de contenidos