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Maria-Bernarda Sobirós

La Joven que vío 18 veces a la Virgen

Bernadette Soubirous nació el 7 de enero de 1844 en Lourdes, Francia, y es conocida por haber sido la humilde vidente de las apariciones marianas que darían origen a uno de los santuarios más importantes del mundo católico. Fue una pastora sencilla, mística y religiosa, canonizada por la Iglesia Católica en 1933, por haber sido testigo de las dieciocho apariciones marianas de la Virgen en 1858.

Era la mayor de nueve hermanos. Su familia, los Soubirous, pasó de tener un molino próspero a vivir en la miseria, señalados en el pueblo como “los del calabozo” por habitar durante un tiempo en la celda de la antigua cárcel de Lourdes. Su infancia estuvo marcada por la pobreza, el hambre y la enfermedad: desde pequeña padeció asma y una salud muy frágil.

No supo leer ni escribir hasta los 16 años, pues debía cuidar a sus hermanos menores y trabajar como pastora en Bartrès. Sin embargo, se destacó por su memoria y dedicación en el catecismo, mostrando un gran amor por la oración y una fe sencilla que la acompañaría durante toda su vida.

Todo cambió el jueves 11 de febrero de 1858. Ese día, mientras recogía leña con su hermana y una amiga, Bernadette se encontró con una “Señora vestida de blanco” en la gruta de Massabielle. Ella la describió con un vestido resplandeciente, un cinturón azul y un rosario en la mano.

Esta fue la primera de las dieciocho apariciones que marcarían su vida y la historia de la Iglesia. En las que la Virgen transmitió llamados a la oración, la penitencia y la conversión. Dirigidos no solo a la joven, sino también al pueblo y al mundo entero.

En los meses siguientes, Bernadette sufrió interrogatorios de las autoridades civiles y eclesiásticas, burlas y sospechas, pero se mantuvo firme en la sencillez de su testimonio. Su actitud serena y obediente reflejaba una profunda confianza en Dios y una fe humilde pero inquebrantable. Una de las frases más recordadas de la Virgen hacia ella fue: “No te prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro”.

Años después ingresó en las Hermanas de la Caridad de Nevers. Allí llevó una vida escondida y silenciosa, marcada por el sufrimiento ofrecido con amor y obediencia, hasta su muerte, el 16 de abril de 1879 (véase Los últimos años de Bernadette). Fue beatificada en 1925 y canonizada en 1933 por Pío XI. Su cuerpo, conservado en Nevers, permanece incorrupto como signo de santidad. Y en su Santuario continúa intercediendo por los milagros de los fieles, desde su recuerdo.

Bernadette, la joven pobre y frágil que vio a la Virgen, sigue siendo hoy un modelo de fe, sencillez y fidelidad a Dios, recordando que la grandeza espiritual no está en los privilegios, sino en la pureza del corazón.

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