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María santísima medianera

Autor: Arias Daiana

La Virgen María ocupa un lugar único en el plan de salvación. Así como Eva abrió la puerta al pecado, María es la nueva mujer a través de la cual llegó la redención. Desde la Encarnación hasta la Cruz, su participación fue activa y esencial. En las bodas de Caná, impulsó el primer milagro de Jesús, y al pie del Calvario, asumió la misión de ser Madre espiritual de toda la humanidad. Los Padres de la Iglesia y los santos reconocen en María una misión que trasciende lo biológico: una colaboración profunda en la obra redentora de Cristo.

Esta misión se expresa en la doctrina de la “Mediación de todas las gracias”. Según esta enseñanza, ninguna gracia otorgada por Dios llega a los hombres sin pasar por las manos de María. Teólogos como San Efrén y santos como Luis María Grignion de Montfort lo afirman, y todos los pueblos cristianos reconocen su poder maternal y protector. Incluso en el Antiguo Testamento, la tradición dice que las gracias se otorgaban en previsión de los méritos de la Virgen, lo que confirma que su mediación no tiene límites ni en el tiempo ni en el espacio.

Cada 31 de mayo, celebramos litúrgicamente esta devoción, instituida por el Papa Benedicto XV en 1921. Nos recuerda que María no es una figura pasiva, sino la gran distribuidora de los tesoros conquistados por su Hijo. Por eso, los fieles son llamados a desarrollar una devoción profunda y amorosa hacia Ella, sabiendo que su intercesión es más poderosa cuanto mayor es la confianza de quien la invoca. Amar a María no es opcional: quien no la reconoce como Madre y Medianera, difícilmente puede vivir plenamente su identidad cristiana.

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