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Quinta Aparición en Fátima: los pastorcitos intensifican sus sacrificios mientras miles presencian señales en el cielo

Por: Rafaela Randello

Cova da Iría, Portugal — Septiembre de 1917.
Las apariciones de la Virgen María a los tres pastorcitos de Fátima continúan con una fuerza espiritual y una repercusión pública que crece mes a mes. Tras las conmovedoras palabras de la Virgen en Valinhos —“Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al Infierno por no haber quien se sacrifique y pida por ellas”—, los niños Lucía, Francisco y Jacinta se entregaron con un fervor heroico a la oración y la penitencia.

En medio del abrasador verano portugués, los pequeños ofrecían su sed y su hambre por la conversión de los pecadores. Se privaban de beber agua durante horas, rechazaban frutas y dulces que sus familias les ofrecían y hasta se infligían pequeñas mortificaciones —como ceñirse una cuerda áspera a la cintura— en secreto, movidos por el deseo de “salvar almas del Infierno”.

Mientras tanto, las fuerzas anticlericales del país intentaban desacreditar las apariciones. José do Vale, editor de un periódico izquierdista, organizó una provocación pública en Fátima con la intención de ridiculizar a los creyentes. Sin embargo, la población local respondió con firmeza y fe, transformando la afrenta en una manifestación de devoción. Los intentos de los incrédulos terminaron en fracaso, y José do Vale desapareció de la escena sin dejar rastro.

El 13 de septiembre, una multitud aún mayor que en ocasiones anteriores acudió a Cova da Iría. Las escenas fueron de profunda emoción: hombres, mujeres y niños se arrodillaban ante los pequeños videntes, suplicando oraciones por enfermos, soldados en guerra y familias afligidas. “Si esta gente así se abate delante de tres pobres niños —recordaría después Lucía—, ¿qué no haría si viese al mismo Jesucristo?”.

A mediodía, los presentes observaron un fenómeno extraordinario. Según el testimonio del Mons. Juan Quaresma, Vicario General de Leiría, “un globo luminoso se movía lentamente por el cielo, de oriente a poniente, majestuoso y brillante”. Para él y muchos otros testigos, aquello no era otra cosa que el carro celestial que transportaba a la Virgen María.

La Virgen reiteró su llamado al rezo del Rosario y anunció un gran milagro para octubre, “para que todos crean”. También pidió que el dinero recibido se destine a construir una capilla y confirmó que en la próxima aparición vendrían San José, el Niño Jesús y el mismo Señor para bendecir al mundo.

Además de la visión del globo luminoso, los asistentes relataron una repentina baja de temperatura, un palidecer del sol hasta dejar ver las estrellas y una lluvia de pétalos irisados que se desvanecían antes de tocar el suelo.

Los fieles y curiosos regresaron a sus hogares con el alma conmovida, y muchos prometieron volver el 13 de octubre, fecha en la que —según el anuncio celestial— tendría lugar el milagro que cambiaría para siempre la historia de Fátima.

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