La niña que quiso morir por amor: la muerte de Jacinta Marto, la pastorcita de Fátima
Autor: Arias Daiana
En febrero de 1920, una pequeña niña de apenas diez años murió sola en un hospital de Lisboa. No era una muerte común. En su rostro había una paz que desarmaba a quienes la contemplaban. Se llamaba Jacinta Marto, la más joven de los tres pastorcitos de Fátima, y desde las apariciones de la Virgen en 1917 había repetido con serenidad infantil una frase que sorprendía a todos:
“Quiero ir pronto al Cielo.”
Desde aquellas visiones en la Cova da Iría, Jacinta se transformó. Su alegría natural se volvió más profunda, más silenciosa. Mientras otros niños jugaban, ella pasaba largas horas rezando, ofreciendo pequeños sacrificios “por los pecadores” y por “el Santo Padre”. Decía que la Virgen le había mostrado el infierno, y ese recuerdo la impulsaba a hacer penitencia por las almas que corrían peligro.
Cuando la terrible epidemia de gripe española alcanzó Aljustrel en 1918, Jacinta cayó enferma junto a su hermano Francisco. Veía cómo la vida se le escapaba poco a poco, pero no se lamentaba. “Nuestra Señora vendrá pronto a buscarnos,” le decía a Lucía, su prima. Francisco partió primero, en abril de 1919. Jacinta lloró su ausencia, pero enseguida repitió con ternura:
“Ya se fue al Cielo… pronto me iré yo también.”

La enfermedad, sin embargo, fue larga y dolorosa. Sufrió una pleuresía que la dejó débil y delgada. Luego fue trasladada a Lisboa para ser operada de una herida en el pecho, sin anestesia completa. El dolor era insoportable, pero Jacinta lo ofrecía con una serenidad que conmovía al personal del hospital. “Todo esto lo ofrezco por los pecadores,” decía entre suspiros.
Antes de morir, Nuestra Señora le había revelado que pasaría por grandes sufrimientos y que moriría sola, lejos de su familia. Jacinta aceptó esa profecía con una fe inquebrantable. A su madre, que lloraba al despedirse, le dijo:
“No llores, mamá. Iré al Cielo, y desde allí rezaré por todos.”

En los últimos días, su única preocupación era recibir la Comunión. “Quiero tener a Jesús en el corazón antes de morir,” repetía. La noche del 20 de febrero de 1920, sintiéndose cada vez más débil, pidió un sacerdote para confesarse. Al no encontrarlo a tiempo, se resignó con dulzura:
“Ya no hace falta. Nuestra Señora vendrá pronto.”
Poco después, mientras el hospital dormía, Jacinta entregó su alma a Dios. Tenía diez años. Su cuerpo, según testigos, conservó por días una belleza y un perfume inexplicables. Fue enterrada primero en Lisboa y luego trasladada a Fátima, junto a su hermano Francisco.
Los que la conocieron nunca olvidaron su pureza, su ternura y su valentía. “No le tenía miedo a la muerte,” dijo Lucía años después. “Jacinta deseaba el Cielo como un niño desea volver a su casa.”
En 2017, el Papa Francisco canonizó a los hermanos Marto, los santos más jóvenes no mártires de la Iglesia Católica. Pero mucho antes, en los corazones de quienes escucharon su historia, Jacinta ya era vista como lo que siempre quiso ser:
una niña que murió por amor, para vivir eternamente junto a la Virgen y a Jesús.
FUENTES
- de Marchi, J. (2018, febrero). La verdadera historia de Fátima (versión en español) (pp. 63–72) [PDF]. Fatima.org. https://fatima.org/wp-content/uploads/2018/02/True-Story-of-Fatima-Span.pdf
- DW España. (13 de mayo de 2017). Papa Francisco canoniza a niños pastores de Fátima. DW. https://www.dw.com/es/papa-francisco-canoniza-a-ni%C3%B1os-pastores-de-f%C3%A1tima/a-38826317

