El enigma del “hombre barbado” en los ojos de la Virgen: entre la fe, la prensa y la ciencia
Autor: Arias Daiana
La primera vez que J. J. Benítez tuvo ante sí, en 1977, el famoso “busto humano” en los ojos de la Virgen de Guadalupe, apenas pudo reconocerlo. Confiesa que, de no haber sido por la línea trazada por el dibujante José Carlos Salinas Chávez, quizá no lo habría visto. Aquel hallazgo, atribuido a Salinas en 1951 pero registrado ya por Alfonso Marcué en 1929, abrió un debate que aún hoy desafía a creyentes y científicos.
Lo que Benítez observó fue, según médicos oftalmólogos, una figura de medio cuerpo: un hombre con cabello corto, la mano derecha acariciando su barba y el hombro delineado. El busto aparece con mayor claridad en el ojo derecho y, con ligeras deformaciones, en el izquierdo.
El eco en la prensa mexicana
La noticia, divulgada entre 1953 y 1956, ocupó portadas en revistas y diarios de gran tirada. Impacto lanzó titulares sensacionalistas: “¡Una figura humana en los ojos de la Virgen India!”, mientras la revista Juan Diego aseguraba que se trataba del propio vidente del Tepeyac. El diario Excelsior, con mayor cautela, informó: “Se percibe un busto humano en el ojo de la imagen Guadalupana.”
Sin embargo, ninguno de estos medios reconoció al verdadero descubridor, Alfonso Marcué. Y, lo que resultó más preocupante para Benítez, la identificación de la figura como Juan Diego o fray Zumárraga se hizo sin respaldo médico ni pruebas científicas.
El paso de la fe a la ciencia
Ante este vacío, Benítez buscó respuestas entre los especialistas. El primer informe médico fue elaborado por el oftalmólogo Javier Torroella Bueno en 1956. Tras examinar el ayate, concluyó que los reflejos se encontraban en la córnea, tal como ocurre en un ojo humano real.
A este estudio se sumó el testimonio del cirujano Rafael Torija Lavoignet, quien, sorprendido al examinar la imagen con lupa, corroboró la presencia de un busto humano en ambas córneas. Con un oftalmoscopio, comprobó además que los ojos de la Virgen reflejaban la luz con la vitalidad propia de un ojo vivo, algo imposible en una superficie plana y opaca como una pintura al óleo o acuarela.
¿Milagro o fenómeno óptico?
El “hombre barbado” de la Virgen de Guadalupe se mueve en la frontera entre devoción y ciencia. Para algunos, se trata de un reflejo milagroso del momento en que Juan Diego mostró la tilma; para otros, de un fenómeno óptico aún no explicado.
Nuevas pruebas y dictámenes médicos
Tras el desconcierto inicial y la avalancha de titulares, el asunto pasó de la anécdota a la investigación seria. El 9 de agosto de 1956, en Ciudad de México, se fechó un documento clave: el primer análisis detallado sobre el fenómeno conocido como “triple imagen de Purkinje-Samson”, principio óptico que explica cómo la córnea y el cristalino pueden reflejar figuras externas, igual que lo hace un ojo humano vivo.
Los doctores Javier Torroella Bueno y Rafael Torija Lavoignet, que habían estudiado la tilma por separado sin conocer las conclusiones del otro, coincidieron en la descripción: un busto humano aparecía reflejado en ambas córneas. A propuesta del periodista José Carlos Salinas Chávez, ambos especialistas fueron convocados para examinar la imagen de manera conjunta y emitir un dictamen oficial.
El aval de la ciencia
El 10 de mayo de 1957, Torroella y Torija entregaron un informe a la autoridad eclesiástica. En él afirmaban que la figura humana correspondía a la primera imagen de Purkinje-Samson, es decir, un reflejo natural en la superficie de la córnea. Añadieron que, para que dicho reflejo existiera, debían cumplirse dos condiciones:
- Que el objeto reflejado estuviera fuertemente iluminado.
- Que la córnea se encontrara suavemente iluminada desde la dirección opuesta.
El informe no hablaba de milagro, pero sí confirmaba que los ojos de la Virgen reaccionaban como ojos reales.
A estas conclusiones se sumaron otros especialistas en oftalmología, como Ismael Ugalde Nieto, A. Jaime Palacios, Guillermo Silva Rivera y Ernestina Zavaleta, quienes en distintos años ratificaron haber visto la misma figura en la tilma. Todos coincidieron: la imagen estaba ubicada en la córnea y su distorsión respondía a la curvatura normal de un ojo humano.
El testimonio decisivo de Torija Lavoignet
El más extenso y minucioso de los informes lo firmó el propio Rafael Torija Lavoignet, tras cinco exámenes directos entre 1956 y 1958. No solo describió el busto humano con nitidez, sino también la presencia de reflejos luminosos adicionales, compatibles con las tres imágenes de Purkinje. Señaló además un fenómeno sorprendente: al proyectar luz sobre la tilma, el iris de los ojos de la Virgen se iluminaba, como si captara y devolviera el resplandor.
Para Torija, aquello era la confirmación de que no se trataba de una ilusión óptica ni de un accidente en el tejido del ayate, sino de un reflejo real.
Entre la óptica y la fe
Los informes médicos de los años cincuenta y cincuenta y ocho marcaron un punto de inflexión. Si bien no proclamaron un milagro, sí coincidieron en algo inesperado: la tilma se comportaba como un ojo humano vivo.
Para la ciencia, el hallazgo abrió un enigma todavía sin resolver. Para la fe, fue una confirmación de la singularidad de la Virgen del Tepeyac. Y así, más de medio siglo después, el “hombre con barba” sigue desafiando explicaciones, recordándonos que la frontera entre lo divino y lo natural es, a veces, tan delgada como el reflejo en una pupila.
FUENTE
Benítez, J. J. (1982). El misterio de Guadalupe: Sensacionales descubrimientos en los ojos de la Virgen mexicana (pp. 129–135). Editorial Planeta.