El indio sentado y la tonsura imposible: evidencias ocultas en la imagen guadalupana
Autor: Arias Daiana
El enigma inicial
La presencia del “indio sentado” en las imágenes computarizadas de la Virgen de Guadalupe ha sido objeto de múltiples debates, con particular énfasis en su pose corporal y el supuesto corte de cabello frontalmente rasurado. Este artículo pretende poner bajo escrutinio esa interpretación, contrastándola con la evidencia documental, iconográfica e histórica, para evaluar si dicho rasurado concuerda con las prácticas mexicas del siglo XVI, o si corresponde quizá a una lectura errónea de la imagen.
El hallazgo y la pista académica
La búsqueda de posturas similares a la del «indio sentado» ya había sido complicada, pero esta nueva tarea no le iba a la zaga. Después de varios intentos frustrados y de un prolongado rastreo entre códices y crónicas, la investigación halló un giro inesperado en el despacho de la historiadora María de los Ángeles Ojeda Díaz, reconocida autoridad en Iconografía Prehispánica. Fue ella quien señaló dos obras fundamentales de Piho Virve que resultaron esenciales para entender la importancia del cabello entre los mexicas.
Los cuarenta y nueve peinados del México antiguo
La lectura de dichos estudios reveló un dato sorprendente: en la sociedad azteca del siglo XVI existían cuarenta y nueve tipos de cortes y peinados, clasificados según el sexo, la edad, la jerarquía social, los castigos, los ritos religiosos y hasta el número de prisioneros capturados en combate. Para los mexicas, el cabello no era un simple adorno, sino un símbolo de identidad y estatus. En ese extenso catálogo de estilos capilares, sólo uno parecía guardar cierta semejanza con el peinado del misterioso personaje descubierto por Aste Tonsmann en la tilma guadalupana: el de los «cihuacuacuacultín» o «quaquacuiltin», penitentes y sacerdotes caracterizados por un singular rasurado.
Los quaquacuiltin y la tonsura sagrada
Estos religiosos eran fácilmente reconocibles por su tonsura parcial. Se les cortaba todo el cabello salvo un mechón en la corona de la cabeza, a la altura del vértice y parte del occipucio. El cronista fray Bernardino de Sahagún dejó testimonio de ello: «venían unos viejos que llamaban quaquacuiltin… trasquilados, salvo en la corona de la cabeza que tenían los cabellos largos al revés de los clérigos». Sin embargo, si bien este tipo de peinado coincidía en parte con el aspecto del «indio sentado», su presencia en la casa episcopal de fray Juan de Zumárraga resultaba casi imposible. ¿Cómo imaginar a un sacerdote mexica, servidor de los antiguos dioses, convertido al cristianismo y trabajando al servicio del primer obispo de México?
La hipótesis del macehualli
La hipótesis siguiente apuntaba hacia una identidad más humilde: la de un macehualli, un hombre del pueblo. Según los estudios de Virve, los macehuales —campesinos, artesanos, pescadores o cargadores— usaban el cabello suelto, de longitud media, cortado a la altura de las orejas o los hombros y más corto sobre la frente. Era el tipo de peinado más común entre la población de México-Tenochtitlán. Las representaciones pictográficas lo confirman: en los códices, los hombres aparecen con el cabello liso y suelto, cayendo sobre la nuca, más alto que el de los nobles. A veces, los dibujos coloreados dan la impresión de que las sienes están rasuradas, pero es difícil afirmarlo, ya que el cabello lateral cubre las orejas.
El cambio cultural y la influencia europea
No obstante, hacia 1531 las costumbres indígenas empezaban a transformarse. La llegada de los conquistadores y los misioneros había introducido nuevas formas de vestir y de presentarse. Zumárraga, preocupado por la dignidad del macehualli, llegó incluso a escribir al rey de España pidiendo animales de carga para liberar a los indígenas de los trabajos más duros. Es plausible que junto con la nueva religión se impusieran también ciertos hábitos europeos, como el uso de pantalones, faldas, calzado… y quizá, peinados distintos. Bajo esa perspectiva, el cabello largo recogido en una coleta baja, visible en la imagen ampliada por Tonsmann, podría ser una manifestación temprana del mestizaje cultural.
¿Una ilusión óptica?
También cabe una segunda posibilidad: que el «indio sentado» no tuviera realmente la frente rasurada, sino que se trate de una ilusión óptica provocada por la iluminación o la textura de la tilma. Si esto fuera así, el personaje se asemejaría más a un sirviente indígena, un trabajador doméstico o un pobre acogido por la caridad episcopal de Zumárraga. La figura, semidesnuda y con un taparrabo, corresponde a la vestimenta típica de los macehuales. Además, el aro que parece colgar de su oreja derecha refuerza esta identificación: en las estatuas mexicas del Museo Nacional de Antropología, los campesinos y cargadores aparecen con los lóbulos perforados, señal de que también ellos se adornaban con arracadas.
Un misterio abierto
A pesar de estas coincidencias, el peinado sigue siendo un punto de incertidumbre. El cabello del «indio sentado» no encaja del todo con el corte semilargo habitual de los plebeyos aztecas. Quizá debamos esperar a nuevas investigaciones o a las experiencias tridimensionales que el propio Aste Tonsmann ha anunciado, las cuales podrían revelar si el personaje porta algún emblema, tatuaje o marca que ayude a identificarlo definitivamente. Por ahora, todo parece indicar que se trata de un humilde macehualli, testigo silencioso de un tiempo de transición, en el que la antigua cosmovisión mexica y el naciente mundo colonial se entrelazaban bajo la mirada de la Virgen de Guadalupe.

La cabeza del supuesto «Indio Juan Diego», «descubierta» por los ordenadores de José Aste Tonsmann, profesor de la Universidad de Comell (Nueva York). La figura —delimitada por una línea oscura— presenta una nariz aguileña y una escasa barba. |

La pintura más antigua en la que aparece Juan Diego. De derecha a Izquierda. Hernán Cortés, el indio Juan Diego y su tío, Juan Bernardino. Personalmente no estoy muy conforme con la imagen de Juan Diego. Era muy probable que el vidente del Tepeyac no tuviera una barba tan espesa. |
FUENTE
Benítez, J. J. (1982). El misterio de Guadalupe: Sensacionales descubrimientos en los ojos de la Virgen mexicana (pp. 194–198). Editorial Planeta.