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La Tilma que No Envejece: El Experimento del Ingeniero Bartolache

En el siglo XVIII, la tilma de la Virgen de Guadalupe era un verdadero misterio. A pesar de ser un tejido frágil de más de 200 años, permanecía en perfecto estado, algo que la ciencia de la época no podía explicar. Intrigado por este fenómeno, el médico y científico novohispano José Ignacio Bartolache, entre 1785 y 1787, decidió investigar qué hacía tan especial a esta prenda.

Copiando lo Imposible: La Creación de las Réplicas

Bartolache diseñó un experimento muy detallado. Primero, encargó a tejedores indígenas la creación de varias copias del ayate original, utilizando las mismas fibras de agave. Luego, cinco pintores se encargaron de reproducir la imagen de la Virgen con la mayor precisión posible. Entre estas copias, la más famosa fue la de Rafael Gutiérrez, terminada en 1788.

La idea era sencilla: si las réplicas se mantenían como la original, se podría entender la técnica o material que la hacía durar tanto.

El gran contraste: Réplicas que no sobrevivieron

Los resultados fueron inesperados. La réplica de Gutiérrez, que se colocó en la Capilla del Pocito y se protegió con cristales, comenzó a deteriorarse en poco menos de 10 años. Las demás copias sufrieron un destino similar: se desvanecieron y se dañaron rápidamente.

Mientras tanto, la tilma original permaneció casi intacta. Sin protección, expuesta al humo de las velas, la humedad y el constante roce de los devotos, su conservación seguía siendo un misterio total. Este contraste hizo que el experimento de Bartolache se convirtiera en un punto clave para entender —o al menos admirar— la singularidad de la tilma.

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