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El Misterio del Moño y la Luna en la Virgen de Guadalupe

Autor: Arias Daiana

Un análisis minucioso de la tilma de Juan Diego ha revelado detalles que parecen sacados de un enigma medieval: la luna a los pies de la Virgen y el moño negro de su cintura no formaban parte del diseño original. Y lo más sorprendente es que la ciencia apunta a que fueron añadidos por mano humana, mucho después de haberse plasmado la figura central.

La clave está en el estilo pictórico. En el siglo XV, España vivía el esplendor del gótico internacional, un arte heredado de Italia y transformado con influencias francesas y flamencas. Este estilo introdujo realismo, ornamentos como borlas, túnicas bordadas y, en ocasiones, motivos de raíz morisca como la media luna. En este contexto se sitúan los elementos oscuros de la tilma.

Pero lo verdaderamente intrigante es el estado de conservación: el moño, la luna y hasta el cabello del ángel aparecen hoy con un tono grisáceo, agrietados y deteriorados. Los estudios con rayos infrarrojos muestran que el pigmento usado es opaco, lo que descarta varias posibilidades. No es “negro carbón” (inventado recién en 1884), ni tampoco el clásico “negro pizarra”. El nitrato de plata —curiosamente apodado “cáustico lunar”— podría haber producido el ennegrecimiento, pero la evidencia apunta a otro candidato: el óxido férrico, conocido entre pintores como “negro de Marte”. Este pigmento pesado, denso y casi grisáceo en sus medios tonos, tiende a agrietarse si no se adhiere bien, lo que coincide exactamente con el deterioro visible en la tilma.

Otro hallazgo fascinante son las cuatro líneas de dobleces que cruzan el cuerpo de la Virgen. Bajo luz visible e infrarroja se ven claramente, pero desaparecen al llegar al resplandor solar del fondo. Esto indica que la figura central fue realizada primero, mientras que los rayos dorados del resplandor se añadieron después, ocultando las marcas. El moño, la luna y el ángel fueron insertados en un momento intermedio: añadidos humanos, previos al fondo resplandeciente pero posteriores a la formación de la imagen original.

El contraste es evidente. Mientras el cuerpo y las vestiduras de la Virgen conservan una belleza intacta, los añadidos presentan un trazo más torpe, tonalidades parduzcas y una fragilidad que delata su origen terrenal. El tiempo, implacable, continuará deteriorando el moño, la luna y el cabello del ángel.

¿Estamos frente a una prueba de intervenciones humanas en la tilma? ¿O ante un nuevo capítulo del misterio que rodea a la Virgen de Guadalupe? La ciencia habla en términos de pigmentos y capas pictóricas; la fe, en cambio, sigue viendo allí un signo inexplicable. Entre grietas, óxidos y resplandores, la intriga continúa.

FUENTE:


Benítez, J. J. (1982). El misterio de Guadalupe: Sensacionales descubrimientos en los ojos de la Virgen mexicana (pp. 59–60). Editorial Planeta.

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