La Historia de la Virgen de Guadalupe
Entre el Caos y la Desesperanza
Antes de que la Virgen de Guadalupe fuera proclamada como patrona de México y considerada una figura central del catolicismo en América Latina, se produjo un choque de dos culturas. Según monseñor Eduardo Chávez, uno de los mayores historiadores y expertos sobre la Virgen de Guadalupe, México vivía bajo la conquista española. La llegada de los conquistadores en 1519 marcó una época de gran sufrimiento para los pueblos indígenas. Los españoles impusieron el cristianismo y destruyeron muchas de las estructuras sociales y religiosas que los mexicas y otras culturas precolombinas habían construido.
La cultura mexica y los sacrificios humanos
En la religión Azteca mexicana, los sacrificios humanos eran prácticas centrales, ofrecidas a los dioses, especialmente a Huitzilopochtli, el dios del sol, para asegurar la continuidad del ciclo cósmico y la fertilidad de la tierra. Los mexicas creían que el sol necesitaba sangre humana para mantenerse en movimiento y vencer a las fuerzas de la oscuridad. Estos sacrificios se realizaban en templos como el Templo Mayor de Tenochtitlán, la capital de los aztecas, donde las víctimas eran generalmente prisioneros de guerra o personas entregadas como tributo.
Más allá de su dimensión religiosa, los sacrificios también tenían un papel político y social: reforzaban la autoridad de los gobernantes y mantenían el control sobre las poblaciones sometidas. Las ceremonias eran crueles y solían incluir la extracción del corazón de la víctima, considerado el acto más importante de la ofrenda.
El impacto de la conquista
Aunque la reina Isabel de Castilla de España había decretado que los indígenas gozaban de los mismos derechos que los españoles y prohibido su esclavitud, la conquista fue un proceso violento. Como consecuencia de ello, los pueblos originarios no solo perdieron su autonomía política, sino también sus prácticas religiosas, entre ellas los sacrificios humanos, que eran un aspecto central de su cosmovisión. Estos sacrificios, considerados esenciales para mantener el equilibrio del universo según su visión del mundo, fueron suprimidos con la llegada de los conquistadores, lo que para muchos pueblos originarios presagiaba el fin del cosmos.
A la par de esta prohibición, sucedieron fenómenos cósmicos inusuales, como terremotos, y la tragedia de la viruela, traída por los conquistadores, sumieron a los pueblos indígenas en un profundo desconcierto. La viruela, especialmente cruel, diezmo a la población indígena, que no tenía inmunidad contra la enfermedad. La sensación de que todo había llegado a su fin se apoderó de ellos. El año 1531, que coincidía con el 13 caña, marcaba el final de su ciclo cósmico, y la angustia y desesperación invadían a todos. Los pueblos indígenas temían que el sol no pudiera volver a nacer, como si ese fuera el último amanecer del mundo.
Fue en este contexto de caos y desesperanza que la Virgen de Guadalupe se apareció a San Juan Diego, trayendo consigo un mensaje de esperanza y un nuevo horizonte espiritual para los habitantes de México.
La Primera Aparición de la Morenita (9 de diciembre de 1531)
En el año 1531, un indígena llamado Juan Diego, oriundo de Cuautitlán, que vivía en la región de Tulpetlac, caminaba hacia el catecismo en la Ciudad de México, iba rumbo a Tlatelolco cuando, al pasar por el Cerro del Tepeyac, escuchó unos cantos hermosos. Al principio, se preguntó si estaba soñando, ya que el cerro era árido, pedregoso y parecía un lugar de muerte. Sin embargo, lo que vio a continuación lo dejó asombrado: un hermoso paraíso, con plumas de Quetzal y oro, que para él representaba el maíz de su sustento, un lugar lleno de vida y esperanza.
En ese momento, Juan Diego sintió que estaba en el lugar sagrado de su gente, en el “Sochitlan”, el “maíz de nuestra vida”, el paraíso que sus ancestros le habían contado. Subió al cerro y, de repente, escuchó una voz que lo llamaba con cariño: “Juanito, Juan Dieguito”. Era una voz dulce, llena de amor, y al mirar hacia arriba vio a una mujer de manto azul verdoso, con una presencia tan noble que le transmitió una paz inmensa. Ella le dijo: “Soy la madre del verdadero Dios, el Señor del cielo y de la tierra”.
La Virgen de Guadalupe se presentó como madre del verdadero Dios, la fuente de la vida. Le explicó que quería que en ese cerro se construyera una casita sagrada, un lugar para manifestar su amor y ofrecerlo a su hijo, Jesús. Juan Diego, quien no se veía a sí mismo como alguien importante, se sintió humilde ante tan gran solicitud. La Virgen le habló directamente, sin intermediarios, y le pidió que fuera al obispo para contarle lo que había sucedido. A pesar de su pobreza y su falta de poder, la Virgen lo dignificó, eligiéndolo como el mensajero de su mensaje divino.
La Segunda Aparición de la Morenita (10 de diciembre de 1531)
Después de recibir el mensaje de la Virgen, Juan Diego no dudó en ir con el obispo para contarle lo que había sucedido. Con humildad, se presentó ante el obispo y le relató su encuentro con la Virgen en el cerro del Tepeyac. Le habló de la hermosa mujer que lo había llamado y le pidió que construyera una casita sagrada en ese lugar.
El obispo, aunque escuchó con atención, no creyó la historia de un indígena. ¿Cómo podía creer que un hombre tan humilde, de un pueblo tan lejano, traía un mensaje tan grande? Además, el obispo pensaba que podría ser un engaño. De todos modos, no lo trató mal o lo despidió con rudeza. Le dijo que no podía actuar solo con su palabra, que necesitaba más pruebas.
El obispo pidió que Juan Diego le trajera una señal clara, algo que pudiera confirmar lo que él estaba diciendo. “Vuelve mañana”, le dijo el obispo, “y si lo que dices es cierto, te daré la atención que mereces”.
Después de eso, Juan Diego regresó al Tepeyac, se sintió confundido y triste, pero con la esperanza de cumplir el deseo de la Virgen, regresó al cerro a contarle lo sucedido. Sin embargo, no estaba enojado ni resentido. No se quejó ni contra del obispo ni contra los criados que no lo habían tratado bien. En su humildad, le dijo a la Virgen: “Búscate a otro mensajero. Yo no soy nada. Soy solo un hombre común, sin poder ni honor. No soy digno de esta misión”.
Pero la Virgen de Guadalupe, con ternura y compasión, le respondió: “No temas, Juan Diego. Te he elegido a ti. Yo sé quién eres, pero eres el que yo necesito”.
Tercera Aparición de la Morenita (11 de diciembre de 1531)
Al día siguiente, muy temprano, salió de su casa para ir de nuevo al Tepeyac, con la esperanza de recibir la señal que el obispo le había pedido. Sin embargo, ese mismo día ocurrió algo inesperado: su tío, que vivía en Tulpetlac, se enfermó gravemente. Preocupado, Juan Diego corrió en busca de un médico, pero al no encontrarlo, su tío le pidió que lo preparara para morir y le pidió que fuera a buscar un sacerdote.
Al estar tan preocupado, él decide evitar el encuentro con la Virgen y dar la vuelta al Cerro del Tepeyac, pensando que ella no lo vería. Sin embargo, la Virgen, como una verdadera madre, baja del cerro y lo intercepta en su camino. Lo detiene con palabras llenas de compasión, diciéndole: “¿A dónde vas, hijo mío? ¿Qué te pasa?” La Virgen, con su voz llena de cariño, le pregunta por qué se alejaba, a lo que Juan Diego, con mucha humildad y desesperación, le explica que su tío está muy grave y que necesita buscar a un sacerdote.
La Virgen lo detuvo, tal como le había prometido, y le dijo: “Juan Diego, ya no temas. ¿Acaso no soy yo tu madre? Yo soy la que te cubre con mi manto. Yo soy tu protección, tu auxilio, la fuente de tu salud y tu alegría. ¿De qué más tienes necesidad, Juan Diego? No tengas miedo, que yo te acompaño siempre.”
Esas palabras, tan llenas de ternura y amor maternal, tranquilizaron el corazón de Juan Diego, quien, por fin, pudo olvidarse de su angustia por su tío enfermo. La Virgen le mostró el verdadero significado de su presencia, que no solo lo cuidaba en lo físico, sino también en su alma.
Entonces, la Virgen le pidió que subiera nuevamente al cerro, donde encontraría algo muy especial: flores hermosas que no pertenecían a ese árido lugar. “Ve a recoger flores”, le dijo la Virgen. Y, cuando Juan Diego subió al cerro, encontró las flores que la Virgen le había indicado. Eran flores hermosas, de colores brillantes y vibrantes, algo completamente fuera de lugar en ese desolado terreno.
Al recoger las flores, la Virgen le pidió que las llevara al obispo como señal de lo que ella había prometido. Juan Diego, con las flores en su tilma, se dirigió nuevamente hacia el obispo. En el camino, los criados del obispo, que lo habían seguido anteriormente para asegurarse de la veracidad de su historia, intentaron tomar las flores. Pero, como bien nos cuenta el Padre Chávez, “tres veces lo intentaron y no pudieron, porque la verdad divina nunca será poseída por la mentira.”
La Cuarta Aparición de la Morenita (12 de diciembre de 1531)

Cuando Juan Diego subió al cerro, encontró las flores que la Virgen le había indicado. Eran flores hermosas, de colores brillantes y vibrantes, algo completamente fuera de lugar en ese desolado terreno. Al recoger las flores, la Virgen le pidió que las llevara al obispo como señal de lo que ella había prometido. Juan Diego, con las flores en su tilma, se dirigió nuevamente hacia el obispo.
Cuando Juan Diego presentó la tilma al obispo, y el obispo al abrir la tilma vio la imagen de la Virgen de Guadalupe impresa en su tela, fue un momento de profunda conmoción. El obispo, al ver el milagro, se arrodilló, lloró y comenzó a pedir perdón. “¿Cómo pude yo haber dudado de este humilde hombre?”, pensó. Fue un momento de revelación, no solo para el obispo, sino para todos los que estaban presentes. La Virgen había cumplido con su promesa de dar la señal, y el obispo, con una humildad inmensa, reconoció el milagro.
La Virgen, en su rostro, llevaba una mirada tierna y llena de amor, mientras que su manto azul parecía brillar con una luz divina. Las flores que Juan Diego había llevado al obispo, aunque bellas, no eran más que un signo de lo que realmente había sucedido: un milagro. La tilma, hecha de un humilde tejido de ayate, llevaba la imagen más preciosa, que perduraría a través del tiempo como testimonio de la gracia divina.
Después de este milagro, el obispo pidió a Juan Diego que le mostrara el lugar donde la Virgen quería que se construyera su santuario. Juan Diego lo llevó al llano del Tepeyac, al mismo lugar donde había encontrado las flores. Ese era el lugar elegido por la Virgen, aunque era un sitio desolado, frecuentemente inundado por las aguas del lago Texcoco. Pero, como nos cuenta el Padre Chávez: “La Virgen de Guadalupe elige lo más humilde, lo más sencillo, lo que nadie pensaría como un lugar adecuado. Este es el mensaje de Guadalupe, un mensaje de humildad y fe”.
Entonces, el obispo, con todo el fervor, comenzó a construir el santuario en ese mismo lugar. Y así, el Tepeyac se convirtió en el lugar sagrado que la Virgen había elegido para manifestar su presencia.
La Quinta Aparición: La Curación de Juan Bernardino (12 de diciembre de 1531)
El mismo día que Juan Diego llevó la tilma al obispo y mostró el milagro de la imagen de la Virgen, ocurrió otro hecho significativo: la quinta aparición. La Virgen de Guadalupe se le apareció a Juan Bernardino, el tío anciano de Juan Diego, quien estaba gravemente enfermo.
La Virgen le transmitió un mensaje de consuelo y sanación, asegurándole que su enfermedad sería curada. En ese mismo momento, Juan Bernardino fue sanado de manera milagrosa, y su dolor y sufrimiento desaparecieron por completo. En este acto de sanación, la Virgen también le reveló su nombre, diciéndole que la llamara: “Siempre Virgen Santa María de Guadalupe“. Así este hecho se convirtió en un testimonio tangible del poder y la gracia divina.
Tras su curación, Juan Bernardino le contó a su sobrino cómo la Virgen había sanado su cuerpo y le había revelado su nombre, y cómo la presencia de la Virgen lo había colmado de una paz infinita. Como si fuera una misión divina, la Virgen le había pedido que se presentara ante el obispo y diera testimonio de su curación.
Con el corazón lleno de fe, Juan Bernardino fue al obispo y compartió su experiencia. La historia se hizo aún más grande, porque en su testimonio no solo estaba el milagro de la tilma, sino también la curación que la Virgen había traído, no solo al cuerpo, sino a la cultura y a la historia de su pueblo.
El Nican Mopohua: El Documento Clave que Revela las Apariciones de la Virgen de Guadalupe
Una parte fundamental en la historia de la Virgen de Guadalupe es el “Nican Mopohua”, un texto escrito en náhuatl que relata las apariciones de la Virgen a Juan Diego. Este documento fue redactado por el indígena Antonio Valeriano en 1556, casi 25 años después de los eventos, y se considera la fuente más importante sobre las apariciones.
El “Nican Mopohua” no solo narra las visiones de Juan Diego, sino que también reproduce los diálogos entre él y la Virgen, detallando su mensaje y las peticiones hechas a Juan Diego, especialmente la de construir un templo en su honor en el cerro del Tepeyac. Este texto, escrito en náhuatl, no solo es una obra literaria de gran valor, sino también un símbolo de la resistencia cultural de los pueblos indígenas frente a la colonización. A través de su lengua y perspectiva, relata un evento que unió tanto a los nativos como a los españoles bajo la figura de la Virgen de Guadalupe.
El “Nican Mopohua” ha sido clave para la comprensión de la historia de Guadalupe, ya que constituye uno de los testimonios más cercanos a los hechos originales. Ha servido de base para innumerables interpretaciones y devociones en torno a la Virgen, y sigue siendo un pilar fundamental en la identidad y espiritualidad de millones de personas.
Los Principales Investigadores de la Virgen de Guadalupe
A lo largo de los años, diversos expertos han investigado la imagen de la Virgen de Guadalupe, cada uno desde su campo de estudio. Entre los más destacados se encuentran:
- Monseñor Eduardo Chávez: Impulsó el estudio de la historia y la devoción de la Virgen de Guadalupe, destacando su relevancia cultural y religiosa en México.
- Andrés Brito: Investigó el fenómeno de la tilma desde un enfoque antropológico, analizando su contexto histórico y su impacto en la sociedad.
- Dr. José Aste Tönsmann: Contribuyó con investigaciones científicas sobre los materiales de la tilma, revelando la ausencia de trazos de pintura y desafiando las teorías convencionales.
- Richard C. Kuhn: Realizó un estudio exhaustivo sobre las propiedades de la imagen, enfocándose en el análisis científico de la iridiscencia y el posible origen sobrenatural de la tilma.
- Fernando Ojeda Llanes (Ciencia y Fe): Abordó la intersección entre ciencia y religión, explorando cómo los descubrimientos científicos refuerzan la fe en la autenticidad de la Virgen de Guadalupe.
- Torija Lavoignet y Javier J. Torroella Bueno: Aportaron investigaciones sobre la simbología de la tilma y sus vínculos con las tradiciones prehispánicas, resaltando su significancia espiritual.
Cada uno de estos investigadores ha dejado una huella en el estudio de la tilma, enriqueciendo la comprensión de su misterio desde diversas perspectivas.