El enigma del nombre de la Virgen de Guadalupe: ¿qué dijo realmente en el Tepeyac?
Autor: Arias Daiana
La devoción a la Virgen de Guadalupe es hoy uno de los pilares espirituales y culturales de México. Pero detrás de esa advocación, que parece inamovible, se esconde un debate fascinante: ¿realmente la Señora del Tepeyac se presentó en 1531 con el nombre de “Guadalupe”?
Las investigaciones históricas sugieren que no. Más aún, todo apunta a que el nombre original, pronunciado por labios indígenas, fue otro, probablemente en náhuatl, y que los españoles lo “tradujeron” —o lo deformaron— hasta hacerlo coincidir con el de su venerada Virgen extremeña.
Un pleito que llegó hasta el rey
Las dudas sobre el nombre surgieron ya en el siglo XVI. En 1574, fray Diego de Santa María, enviado por el monasterio de Guadalupe en Cáceres, alertaba desde México de posibles irregularidades en la ermita del Tepeyac. Su investigación desató tal revuelo que hasta Felipe II pidió explicaciones. El virrey y el arzobispo de la Nueva España se apresuraron a defender la devoción, aunque coincidieron en un detalle crucial: hacia 1560 se empezó a llamar oficialmente “Guadalupe” a la Virgen del Tepeyac.
Esto significa que durante al menos dos décadas tras las apariciones, el nombre fue otro.
Los franciscanos no estaban de acuerdo
Documentos de 1556 muestran que varios franciscanos se opusieron a que se la llamase “de Guadalupe”. Ellos preferían que la advocación se mantuviera ligada al lugar: Tepeyac o Tepeaquilla. Y es que para ellos resultaba inverosímil que la Virgen, hablando en náhuatl a un indígena como Juan Bernardino, usara un nombre árabe-castellano como “Guadalupe”.
El problema de la lengua
Historiadores como Becerra Tanco explican que la confusión pudo deberse a la dificultad de los españoles para pronunciar el náhuatl y de los indígenas para pronunciar el castellano. Términos como tequantlanopeuh (“la que tuvo origen en la cumbre de las peñas”) o coatlallopeuh (“la que aplastó a la serpiente”) habrían sonado, para oídos ibéricos, como algo cercano a “Guadalupe”.
No sería la primera vez que un vocablo náhuatl terminaba transformado en una versión más “digerible” para los conquistadores: Quauhnáhuac acabó siendo Cuernavaca, y Atlauhtlacolocayan se convirtió en Tacubaya.
Una palabra imposible… para los indígenas
- Otro dato revelador: en náhuatl no se pronuncian bien las letras g y d. Así, difícilmente un indígena como Juan Bernardino habría podido decir “Guadalupe”.
- Investigaciones del siglo XX confirmaron que los hablantes de náhuatl, al ver la imagen, decían espontáneamente “Coatlallope”, jamás “Guadalupe”.
- De ahí que jesuitas como Joaquín Cardoso o Enrique Torroella sostuvieran que el verdadero nombre dado por la Virgen fue “Coatlallopeuh”, es decir: “la que aplasta la serpiente”.
Hipótesis en disputa
A lo largo de los siglos han surgido diferentes propuestas sobre el vocablo original:
- Tequantlaxopeuh – “la que ahuyentó a los que nos comían”.
- Tlecuauhtlacupeuh – “la que viene volando de la luz como el águila de fuego”.
- Quauhtlalapan – “tierra de árboles junto al agua”.
Todas tienen en común una sonoridad que, al oído español del XVI, pudo transformarse en “Guadalupe”.
Cronología de una transformación
- 1531: Apariciones en el Tepeyac. Juan Bernardino recibe un nombre en náhuatl.
- 1548: Muere Zumárraga, primer obispo de México.
- 1545-1550: Antonio Valeriano escribe el Nican Mopohua con la denominación de “Guadalupe”.
- 1556: Franciscanos protestan contra el nuevo nombre.
- 1560: Comienza a imponerse la advocación de “Guadalupe”.
- 1574-1575: El monasterio de Cáceres y la Corona investigan la devoción mexicana.
¿Un error convertido en tradición?
El paso de los años terminó por consolidar el nombre de Guadalupe. El parecido fonético con los vocablos náhuatl, unido al prestigio de la Virgen extremeña, hicieron que la advocación española se proyectara sobre la mexicana. Y así, un malentendido lingüístico, o quizá una estrategia consciente, dio origen a la devoción mariana más poderosa de América.
FUENTE
Benítez, J. J. (1982). El misterio de Guadalupe: Sensacionales descubrimientos en los ojos de la Virgen mexicana (pp. 100–113). Editorial Planeta.