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René Laurentin: el teólogo que iluminó la era de las apariciones marianas

Por: Rafaela Randello

Considerado uno de los mariólogos más importantes del siglo XX, René Laurentin abordó las apariciones de la Virgen María con profundidad teológica, rigor histórico y una visión contemporánea. Su legado ayudó a comprender cómo la experiencia mariana se inserta en el corazón de la Iglesia moderna.

René Laurentin (1917–2017) fue un sacerdote católico, teólogo, historiador y profesor universitario, ampliamente reconocido por su trabajo sobre las apariciones marianas, en particular Lourdes, Fátima, Medjugorje y otras manifestaciones del siglo XIX y XX. Aunque no centró su obra exclusivamente en Catalina Labouré, sí fue quien la situó en un lugar clave: el punto de partida del ciclo mariano moderno.

Para Laurentin, la aparición de la Virgen a Catalina en 1830 no fue un hecho aislado ni una devoción privada. Fue el comienzo de una secuencia profética que marcó la historia de la Iglesia: Rue du Bac (1830), La Salette (1846), Lourdes (1858), Fátima (1917), y sucesivamente. En esta lectura, la Medalla Milagrosa es el primer gran signo del cielo en una Europa que comenzaba a sacudirse espiritualmente tras la Revolución Francesa.

Autor de más de cien libros y numerosos artículos, Laurentin llevó los estudios marianos a un nivel académico que antes no se conocía. De hecho, su investigación contribuyó a consolidar una base teológica sólida para comprender las apariciones dentro de la fe católica. Además, defendió con claridad que las manifestaciones marianas, cuando son auténticas, no añaden nada a la Revelación, sino que la iluminan, la actualizan y llaman a la conversión.

A lo largo de su vida, también enseñó en universidades como el Instituto Católico de París y fue consultor del Concilio Vaticano II. Por otra parte, su influencia no se limitó al ámbito religioso. Gracias a su trabajo, el mundo académico reconocía en él a un hombre de pensamiento claro y diálogo abierto con la cultura moderna. En consecuencia, su figura se convirtió en un punto de encuentro entre la fe y la razón. Al final de su vida, dejó la huella de un sacerdote capaz de unir la reflexión teológica con el corazón del pueblo creyente.

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