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Sin él, no habría historia: por qué los escritos del P. Aladel lo cambiaron todo

Los escritos del padre Jean-Marie Aladel son la fuente principal y más antigua sobre las apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré. Como confesor y único autorizado a transmitir su testimonio, su obra no solo conserva el núcleo del mensaje de la Medalla Milagrosa, sino que también invitan a reflexionar sobre cómo se transmitió, interpretó y resguardó una experiencia mística de esa magnitud.

Cuando Catalina Labouré murió en 1876, miles de personas ya usaban la Medalla Milagrosa. Pero casi nadie sabía su historia ya que Catalina había vivido en silencio. A lo largo de más de 45 años, solo una persona escuchó su relato completo: su confesor, el padre Jean-Marie Aladel.

En 1842, el Padre Aladel publicó por primera vez lo que Catalina le había contado. El texto se tituló “Notice sur l’origine de la Médaille miraculeuse”, y aunque breve, se convirtió en el relato oficial de las apariciones.

¿Por qué fue tan importante? Porque Catalina, por humildad y obediencia, nunca habló públicamente. Si hoy conocemos la visión de María con rayos de luz saliendo de sus manos, o la inscripción “Oh María, sin pecado concebida…”, es gracias a lo que el P. Aladel escribió.

Durante años, protegió el anonimato de Catalina. Incluso después de la publicación de la medalla, evitó toda publicidad innecesaria. Catalina le había pedido que todo se atribuyera a la Virgen, no a ella.

A lo largo del tiempo, algunos han cuestionado si los escritos del P. Aladel reflejan con total fidelidad las palabras de Catalina. Otros destacan su prudencia, su sentido pastoral y su fidelidad a la misión de María: hacer conocer su mensaje sin protagonismos humanos. Lo cierto es que sin sus apuntes y memorias, la historia de la Medalla Milagrosa podría haberse perdido.

Hoy, el “Notice” y otros documentos posteriores escritos por él son una fuente histórica invaluable. No solo iluminan el misterio de las apariciones de 1830, sino que revelan también la lucha interior de un sacerdote ante un acontecimiento sobrenatural, y su compromiso por discernir, obedecer y preservar.

El P. Aladel murió en 1865. Catalina viviría aún once años más. Pero la historia que unió sus vidas —y que cambió la historia de la devoción mariana en el mundo— sigue viva, gracias a la tinta silenciosa de un confesor fiel.

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