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Santa Catalina Labouré: la fe que dio origen a la Medalla Milagrosa

Santa Catalina Labouré fue una joven campesina francesa que, guiada por una profunda fe, respondió al llamado de Dios en medio de las dificultades. Su vida sencilla se convirtió en el camino por el cual la Virgen María quiso manifestar al mundo la Medalla Milagrosa.

Catalina nació en 1806, en Fain-lès-Moutiers, Borgoña, una tierra de santos. Tenía apenas doce años cuando su madre falleció, y desde entonces quedó al cuidado de la casa, de la granja y de sus hermanos. Su padre, necesitado de ayuda, se oponía firmemente a su deseo de ser Hija de la Caridad, porque la necesitaba en el hogar.
Por aquella responsabilidad tan temprana, Catalina no pudo asistir a la escuela y creció sin saber leer ni escribir. Sin embargo, la fe fue su refugio: en la iglesia de su pueblo solía orar frente a una imagen de la Virgen con los brazos abiertos, la misma figura que años más tarde reconocería en sus visiones.

Cuando cumplió la mayoría de edad, su padre la envió a París para trabajar en el restaurante de su hermano, en un barrio obrero y poco apropiado para una joven de su carácter. Pero en medio del bullicio de la ciudad, su vocación se fortaleció aún  más.
Fue su cuñada quien finalmente logró convencer a su padre de permitirle ir a Châtillon, a un internado de las Hijas de la Caridad, donde Catalina pudo aprender a leer y escribir, convencida de que la educación era necesaria para cumplir su llamado. A pesar de las dificultades, perseveró hasta lograrlo.

En 1830 ingresó al noviciado en París, durante la translación de las reliquias de San Vicente de Paúl. Ese día, llena de fervor, se tragó un trocito del roquete del santo pidiéndole la gracia de ver a la Virgen.

Esa oración fue escuchada.
En la noche del 18 al 19 de julio de 1830, durante la fiesta de San Vicente, Catalina tuvo su primera aparición de la Virgen María. La Virgen le confió mensajes, profecías y el diseño de una medalla, con la promesa de abundantes gracias para quienes la llevaran con fe.
Catalina guardó silencio durante toda su vida, sin revelar que ella era la vidente, y solo lo confesó a la superiora de su comunidad poco antes de morir, en 1876.

Su vida fue un testimonio de que la fe y la perseverancia abren puertas que creíamos cerradas para siempre.

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