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Del silencio al altar: la canonización de Catalina Labouré

El 27 de julio de 1947, el papa Pío XII canonizó a  Catalina Laboure, presentándola ante el mundo como modelo de fe, obediencia y caridad silenciosa, y reconociendo oficialmente su santidad en la Iglesia Católica.

La causa de canonización de Catalina Labouré se inició oficialmente en París en 1895, pocos años después de su muerte. Los testimonios recogidos coincidían en resaltar su virtud heroica, su profundo espíritu de oración y su vida de humildad y servicio.

Catalina había muerto en 1876, sin que el público supiera que ella había sido la vidente de las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa. Solo tras su fallecimiento se conoció su identidad, y su tumba comenzó a ser visitada por fieles que pedían gracias por su intercesión.

En 1917, el papa Benedicto XV la declaró venerable, reconociendo oficialmente la vivencia heroica de las virtudes cristianas. Más tarde, en 1933, el papa Pío XI la beatificó, luego de aprobarse un primer milagro atribuido a su intercesión.

Fue también en ese año cuando se exhumó su cuerpo, hallado incorrupto, lo que impresionó profundamente a los presentes y avivó aún más la devoción popular.

El 27 de julio de 1947, el papa Pío XII la canonizó en una ceremonia solemne en la Basílica de San Pedro. 

Para este acto, se reconoció un segundo milagro ocurrido por su intercesión, necesario según las normas canónicas para la canonización. Aunque los detalles no siempre se publican oficialmente, se trató de una curación inexplicable médicamente, como es habitual en estos procesos.

Hoy sus restos se veneran en la capilla de la Rue du Bac en París, donde miles de peregrinos acuden cada año para pedir gracias y agradecer favores recibidos.

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