< Todos los temas
Imprimir

San Efrén de Siria: el poeta del espíritu y la voz de la Virgen María

En los albores del siglo IV, cuando la fe cristiana se abría paso en medio de persecuciones y disputas doctrinales, nació en Nisibis —en la antigua Mesopotamia— un hombre destinado a convertirse en la lira de la Iglesia: San Efrén de Siria (306-373). Diácono, teólogo, místico y poeta, este santo, venerado tanto por la Iglesia Católica como por la Iglesia Ortodoxa Rusa, dejó una huella luminosa en la historia del cristianismo.

Su vida fue un camino de entrega total. Convertido al cristianismo en su juventud, se consagró a la oración y al servicio de Dios. Acompañó al obispo Santiago al Concilio de Nicea y, cuando Nisibis cayó bajo dominio persa, emigró con los cristianos a Edesa. Allí, retirado en penitencia y contemplación, pasó sus últimos años, alimentando a generaciones enteras con sus escritos y cantos.

San Efrén no fue un obispo ni un gran jerarca eclesial, pero su voz alcanzó a toda la Iglesia. Su herramienta no fueron los tratados pesados, sino la poesía. Se estima que escribió millones de versos, himnos y sermones, muchos de ellos en lengua siríaca, la lengua de su pueblo. San Jerónimo, siempre sobrio en elogios, lo reconoció como un verdadero maestro de la fe. Por esa riqueza espiritual, el Papa Benedicto XV lo proclamó Doctor de la Iglesia en 1920.

Lo que distingue a San Efrén es la música de su fe. Supo hablar al pueblo con palabras sencillas, en cantos que se hicieron plegarias colectivas. En sus himnos desbordaba amor por Cristo y ternura hacia la Virgen María, a quien describía como el árbol de la vida que ofrece su fruto al mundo, como el nuevo cielo donde habita el Rey de reyes. Para Efrén, María era la alegría de Adán restaurado, la fuerza de los profetas cumplidos y la Madre admirable que vencía donde Eva había caído.

Su teología no se expresa con frías definiciones, sino con imágenes encendidas: María que amamanta al Creador, el Niño-Dios que reposa en los brazos de una muchacha, la luz eterna que se oculta en el seno de la Virgen para iluminar a la humanidad. Son cuadros poéticos que no solo enseñan, sino que conmueven el corazón.

Por eso, San Efrén es recordado como el “Arpa del Espíritu Santo”. En sus himnos la doctrina se hace canto, y la verdad de la fe se vuelve melodía. Oriente y Occidente se unieron en su voz: sus poemas fueron traducidos, repetidos en las liturgias y cantados por generaciones enteras.

Hoy, al evocar a San Efrén, escuchamos todavía el eco de esa voz que atravesó los siglos. Una voz que no se apagó en la soledad de Edesa, sino que aún sigue invitándonos a contemplar el misterio de Cristo y de María con ojos de asombro, con corazón de niño, con alma de poeta.

FUENTES


Tabla de contenidos