Por: Elidé Marisel Rojas

La devoción a la Virgen de Fátima nació en un humilde pueblo portugués en 1917, cuando tres pastorcitos aseguraron haber visto a la Virgen María. Sor Lucía, una de las videntes, describió cómo la Virgen le mostró “un corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente” (Aparicio González, 2012, p. 1089), pidiendo que se consuele ese dolor con oración y reparación. Este mensaje de fe y sacrificio pronto se convirtió en un llamado intenso a rezar el Rosario y a la devoción al Inmaculado Corazón de María, comprometiendo a sus seguidores con promesas espirituales profundas.

El impacto de esta devoción fue tal que en 1952 el Papa Pío XII la declaró “Patrona de Portugal”, dando a Fátima un reconocimiento oficial que impulsó su influencia más allá de las fronteras lusas (Aparicio González, 2012, p. 1085). Desde entonces, miles de fieles de todo el mundo comenzaron a peregrinar a los santuarios, a construir iglesias dedicadas y a abrazar la práctica del Rosario como vía de salvación y consuelo. La devoción, lejos de ser solo un fenómeno local, se transformó en un movimiento global que unió la espiritualidad popular con la tradición católica.

Hoy, Fátima es un símbolo universal de esperanza, fe y reparación espiritual. La Virgen prometió a quienes practiquen esta devoción asistencia especial en la hora de la muerte, un mensaje que sigue inspirando a millones en todo el planeta (Aparicio González, 2012, p. 1089).

FUENTES:

Aparicio González, María Jesús (2012). La devoción de Nuestra Señora la Virgen de Fátima. En Advocaciones Marianas de Gloria (pp. 1083-1100). San Lorenzo del Escorial: Ediciones San Lorenzo. Dialnet-LaDevocionDeNuestraSenoraLaVirgenDeFatima-4100921.pdf